lunes, 31 de diciembre de 2012

Mis lecturas, mis films, 2012

 Entre tanto, el tiempo pasa con su tácita crueldad.
GIOVANNI PAPINI, Los consejos de Hamlet

Los hombres están hechos de las mismas substancias de que se componen el sueño y el tiempo. Éste último infiere la historia y prefigura el porvenir. El hiato entre ambos (historia y porvenir) es llamado presente; el presente no existe, es un mero formulismo para eludir las confusiones y salvaguardar un futuro ilusorio y un pasado inextricable. El presente es infinitesimal. Empero, tras algunas lecturas, he descubierto tesis que afirman que el presente es válido, mientras que el pasado y el futuro son espectros "presentes". Son líos harto complejos los del tiempo; el vivir en un continuo salto pasado-futuro o existir en un presente inmutable son cuestiones que atañen a la fe o a la metafísica y no a la mundana física. 

El párrafo introductorio (precedente) pretende ser una provocación al pensamiento. En estos momentos, la tradición mediante, estamos a escasas horas de experimentar el lastimero ocaso del año 2012; el año del fin del mundo (¿Es que acaso se puede probar y aseverar que el mundo no se acabó?, Russell aduce que el mundo fue creado hace unos pocos minutos y que nuestros recuerdos forman parte de un pasado ilusorio); el año de la muerte de Carlos Fuentes y Ray Bradbury; el año que clausura el calendario maya. El hombre vive del porvenir, de lo inasible, propende a las inauguraciones. Hay un afán bien interesante: el de los nuevos inicios, es como un talante de expiación o bautizo que reconforta el cuerpo, acaso el alma. Nos gusta comenzar de nuevo, borrar las culpas, hacer promesas. Nos gusta, además de todo, la fiesta y la borrachera; ¿Hay mejor pretexto que los aniversarios?
No estoy ni a favor ni en contra del cómputo de los años; estoy en contra de cómo me carcomen, soy detractor empecinado del daño biológico y de la inevitable vejez. Pero no puedo hacer nada. Lo que sí puedo hacer es repasar mis lecturas a lo largo de los días. Este año, quizá por haraganería, no leí tanto como hubiera deseado. Pero sin embargo tuve memorables lecturas. 
El tiempo es una espiral infinita; quizás dentro de mil años, en Escandinavia o en el Indostán o en algún arrabal de Praga, un hombre o una mujer repita mis lecturas tan fervientemente como yo las he hecho.

Los libros que leí, por autor:

Asturias, Miguel Ángel:

-  El Señor Presidente (1946)

Beckett, Samuel:

- Esperando a Godot (En Attendant Godot, 1952)*
- Final de Partida (Fin de Partie, 1957)
- Quiebros y Poemas (Mirlitonnades, Colección, 1998)

Bioy Casares, Adolfo:

- La Invención de Morel (1940)

Borges, Jorge Luis:

- El Aleph (1949)*
- El Hacedor (1960)
- El Libro de Arena (1975)*
- Ficciones (1944)*
- Otras Inquisiciones (1952)*

Bradbury, Ray:

- La Bruja de abril y otros cuentos (The April Witch, 1994)

Camus, Albert:

- El derecho y el revés (L'envers et l'endroit, 1937)
El extranjero (L'étranger, 1942)*
- El mito de Sísifo (Le mythe de Sisyphe, 1942)
- La peste (La peste, 1947)

Cortázar, Julio:

- Bestiario (1951)*
- Final del juego (1956)
- La otra orilla (1945)*
- Las armas secretas (1959)
- Todos los fuegos el fuego (1966)

Donoso, José:

- Este domingo (1966)

Dostoievski, Fiodor:

- El eterno marido (1870)
- El jugador (1866)
- La mansa (¿?)

Eliot, Thomas Stearns:

- La tierra baldía (The waste land,1922)*

Emerson, Ralph Waldo:

- Naturaleza (Nature, 1836)

Faulkner, William:

- El sonido y la furia (The Sound and the Fury, 1929)

Fitzgerald, Frances Scott:

- El Gran Gatsby (The Great Gatsby, 1925) 

Fuentes, Carlos:

- Aura (1962)*
- Cambio de piel (1967)
- Cantar de ciegos (1964)
- El naranjo (1994)
- Terra Nostra (1975)

García Márquez, Gabriel:

- Cien años de soledad (1967)*

Gide, André:

- La Sinfonía pastoral (La Symphonie pastorale, 1919)

Hemingway, Ernest:

- Adiós a las armas (A farewell to arms, 1929)
- El viejo y el mar (The Old Man and the Sea, 1952)*

Ibarguengoitia, Jorge:

- La ley de Herodes (1967)
- Maten al león (1969)

James, Henry:

- La vuelta de la tuerca (The turn of the screw, 1898)

Kafka, Franz:

- El proceso (Der prozess, 1925)
- La metamorfosis (Die verwandlung, 1915)*

London, Jack:

- El mexicano (The mexican, 1911)

Melville, Herman:

- Benito Cereno (Benito Cereno, 1855)

Nietzsche, Friedrich:

- Así habló Zaratustra (Also sprach Zarathustra, 1883, 84, 85)*
- El crepúsculo de los ídolos (Die Gotzen-Dammerung, 1889)*

Onetti, Juan Carlos:

- El pozo (1939)

Papini, Giovanni:

- Palabras y Sangre (Parole e Sangue, 1912)

Reyes, Alfonso:

- Visión de Anahuac (1917)

Rulfo, Juan:

- El llano en llamas (1953)

Saramago, José:

- El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho segundo Jesus Cristo, 1991)

Sartre, Jean Paul:

El existencialismo es un humanismo (L'existencialisme est un humanisme, 1946)

Stendhal:

- La Abadesa de Castro (L'Abbesse de Castro, 1839)

Tolstoi, Liev:

- La muerte de Iván Ilich (1886)*
- La sonata a Kreutzer (1889)

Vargas Llosa, Mario:

- Los jefes (1959)
- Los cachorros (1967)

Wells, Herbert George:

- La máquina del tiempo (The Time Machine, 1895)

Yeats, William Butler:

- La Torre (The Tower, 1928)

*Relecturas: Hay algo que es mucho mejor que leer, y es releer, adentrarse más en un texto, enriqueciéndolo, porque uno ya lo ha leído. J. L. Borges

El decurso del año 2012 me deparó imborrables lecturas, entre ellas destaco: Terra Nostra de Carlos Fuentes, al parecer es la novela con más palabras en lengua española después del Quijote, es una vasta y ambiciosa empresa literaria, el solo leerla representa una ardua exploración del pasado remoto y del pasado inmediato; esta obra maestra funde todo el saber cultural de Fuentes, la novela es de un volumen anómalo: consta de 783 páginas. El proceso de Franz Kafka, esta obra es la piedra angular de la filosofía del absurdo; un hombre es condenado por un tribunal, no sabe quién le acusa ni por qué; el final es un ejemplo de lo desolador de nuestras existencias, la novela fue publicada póstumamente por el albacea y amigo de Kafka, Max Brod. La peste de Albert Camus, ésta vez Camus traslada su filosofía del absurdo al pensamiento colectivo, es El extranjero masivo (si se entiende la expresión); la peste bubónica asola a Orán, una serie de personajes nos dan un recorrido por la psique de los habitantes de la ciudad infectada. El jugador de Dostoievski, es un laberinto psíquico; un adicto al juego pasa de la opulencia a la podredumbre. La invención de Morel de Bioy Casares, es una extraña historia de amor, el amor más intenso suele ser ilusorio, el protagonista se enamora fervientemente de una ilusión y hará lo que sea para estar con ella; Borges escribió en el prólogo: ...no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta. La sonata a Kreutzer de Tolstoi, es un vertiginoso retrato de la vida conyugal que termina en tragedia a la sombra de Beethoven. Final de partida de Beckett, quizás, con Esperando a Godot del mismo autor, es la máxima representante del teatro del absurdo. Naturaleza de Emerson, un film, creo, se acerca a la experiencia de leer el libro: The tree of life de Terrence Malick. Ficciones y El Aleph de Jorge Luis Borges, figuran entre los volúmenes que releo año con año; tal vez no haya mejor prosista en lengua castellana, tal vez estos libros encierren toda la literatura. Otras Inquisiciones del mismo Borges, es una colección de ensayos que igualan en maestría a los ensayos de Russell, de Emerson o de Montaigne. 
Hasta aquí, es un bosquejo de las lecturas más sobresaliente en estos pasados doce meses.

Films:

Al igual que la literatura, el cine me ha forjado una vida más sufrible. A continuación ensayo una lista de diez films que a mi consideración son los mejores del año 2012 (en la lista aparecen tres películas estrenadas en el 2011 pero que llegaron a salas mexicanas este año; he descartado igualmente tres cintas de este año: The Master (Paul Thomas Anderson), Tabu (Miguel Gomes) y Beasts of the Southern Wild (Benh Zeitlin); no las he visto):

1.- Jagten (Thomas Vinterberg, 2012)
2.- Amour (Michael Haneke, 2012)
3.- Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2012)
4.- Holy Motors (Leos Carax, 2012)
5.- Melancholia (Lars Von Trier, 2011)
6.- Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)
7.- Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012)
8.- De Rouille et d'Os (Jaques Audiard, 2012)
9.- Detachment (Tony Kaye, 2011)
10.- Después de Lucía (Michel Franco, 2012)

Seguiré consagrando mi tiempo, en este 2013, a la lectura, al goce intelectual, a frecuentar exposiciones, a visitar salas de cine. Al fin y al cabo, el arte es lo único que nos quita las cadenas, que nos hace libres.

domingo, 16 de diciembre de 2012

A.- ¿Está muerto?
B (hastiado).- No, sólo duerme.
A.- ¿Está muerto?
B (igual).- No, duerme.
A (incisivo).- Parece muerto.
B (igual).- Sólo duerme.
A (con desdén).- Y tú, ¿estás muerto?
B (con lasitud).- Eso parece.
A (abúlico).- Y yo, ¿estoy muerto?
B (igual).- No mientras él te sueñe.
A (igual).- Ah.
Silencio

jueves, 6 de diciembre de 2012

Mutua muerte


El milagro, si tal sustantivo es válido, ocurrió, si no mal recuerdo, en el arduo verano del ochenta y nueve. En enero de aquel año trabé amistad con Hilario Figuérez, un hijo de campesinos michoacanos con una pequeña residencia en Coyoacán. Las circunstancias en las que nos conocimos ahora me son, casi a los sesenta y cuatro años, irrecuperables. 
Hilario, no sin razón, tenía fama de borracho y pendenciero; nos batimos varias veces en callejones y cantinas antes del suceso que aún sigue siendo causa de mi más pertinaz perplejidad.

Aquella noche -serían cerca de las nueve- un hombre de taciturnos rasgos nos detuvo en una esquina de Reforma. Se cuadro frente a nosotros y nos exigió, navaja en mano, nuestras carteras; Hilario, ofuscado por su habitual temeridad, no logró mitigar sus impulsos y trató de acometer al sujeto. Se entreveraron y bruscamente cayeron al piso. Hilario resolló fuertemente un grito cuyo eco se perdió lacónicamente entre los edificios adyacentes. Tenía el cuchillo tajándole en el vientre y las manos maculadas con la plétora de su negra sangre. Removí cuidadosamente el cuchillo -supe después que esto fue un acto pernicioso- y le di alcance al sujeto que ya corría sobre la avenida. Impulsivamente penetré cuatro o cinco veces los costados del maleante y lo dejé morir sobre el adoquinado de piedra.

Figuérez murió a mi regreso. Lo encontré yacente y empapado sobre un charco de oscura sangre. Recuerdo haber corrido largamente bajo el influjo de una sirena y la persistente intermitencia de una luz azul y roja: una patrulla me perseguía.
Bajé al metro y los perdí. Llegué tarde y abrumado a mi casa, en el recibidor había un espejo, lo miré de soslayo y me turbó la aparición de un extraño hombre. Temí que fuera un ladrón y que esa madrugada me deparara un segundo encuentro malhadado. Sujeté el perchero y me aproximé a la sala. No hallé a nadie. Lentamente recorrí la totalidad de las recámaras y encontré lo mismo: nada. Volví a la sala y me recosté en el sillón de piel. Observé la velada pantalla del televisor y en el opaco reflejo vi al hombre antes percibido en el espejo. Salté del sillón y oteé alrededor, descubrí lo ya conocido: la mesa de cristal a mis espaldas, el librero en el muro del fondo, el tocadiscos junto a la ventana. Azorado, vi de nuevo, para asegurarme, el reflejo en la pantalla y el ajeno hombre apareció y mis movimientos dibujaban los suyos.
Troté perplejo hacia el espejo y lo entendí. Mi rostro había cambiado, pero no sólo eso, mis rasgos eran los mismos rasgos taciturnos del sujeto que, embriagado por la cólera, había acuchillado unas horas atrás. Mi esposa seguía agonizante el la cama y no había nada en el refrigerador. Me arrellané en el raído sillón de lona. Hilario salió a la tienda. Casi no lamenté haber asesinado a aquel hombre para quedarme con su cartera. 

domingo, 25 de noviembre de 2012

Jaques Rigaut: Irrealidad

Irréalité                                         Irrealidad


Se passer la main sur le visage,        Pasarse la mano por la cara,
la crainte angoissée                        y el miedo ansioso   
de n’y plus trouver ni nez,               al no encontrar más la nariz,
ni bouche,                                     o la boca,
tous traits effacés                          borrados todos los rasgos
comme sur un dessin…                    como en un dibujo..

viernes, 23 de noviembre de 2012

El extraño de Gomorra

Un hombre vino del desierto. Arribó ayer a mediodía, cuando no había sombras en el cetrino suelo de tierra. Entró en la plaza arrastrando penosamente sus sandalias; un jubón harapiento y gris le ataviaba el cuerpo. Trajo consigo una negra piltrafa de carne de serpiente y un báculo. Se sentó a la sombra de un muro de mampostería y no se ha movido, hasta ahora.   
     En la mañana noté que la sed lo abrasaba. Le acerqué un cuenco con un poco de agua fría, me miró con ojos perplejos y tomó el cuenco, lentamente lo llevó a su boca. No había dado ni un sorbo cuando un vecino bruscamente se lo arrebató de las manos, -no hay agua para extranjeros-, me reprimió. El hombre no protestó, se resignó a observar cómo el vecino vertía inicuamente el agua en la tierra pálida. Recogí el recipiente que había caído al piso y miré con tristeza al reseco hombre. Me fui a casa, el vecino se quedó imprecando al anciano surgido del desierto.
     
Hay un tumulto en la plaza; los hombres del pueblo, en cónclave, están lapidando al extranjero. Pero de sus heridas no brota sangre, brota arena, dorada e infinita arena rebosa de sus profundas dilaceraciones. 
Han dejado de apedrear el promontorio, el hombre volvió a su elemento, se ha perdido en su cosmos de profusa arena. -!Ahuyentamos al demonio!- se carcajea la plaza.

Salí del pueblo a recoger algunas espigas en el campo, una insignificante herida en el pie izquierdo me demoró a la sombra de un frondoso árbol. Enrojeció el cielo, creí que el ocaso se había adelantado. A unos pasos del pueblo, noté las oscuras columnas de humo, más adelante, los tejados jironados por el fuego y los muros hollinados. En la plaza pululaban descuartizados y ennegrecidos los cuerpos de los que antes fueran mis congéneres. Ya no supe qué pensar, acaso mis padres también estarían muertos.  


lunes, 19 de noviembre de 2012

Suicidio Filosófico 3

Destapé el frasco y vertí algunas píldoras en el cuenco que hice con la mano izquierda. Abrí las cortinas del apartamento; el incendio del atardecer me inundó los ojos. Abajo, en la calle, una fila de automóviles esperaba luz verde. Tres palomas grises rayaron el rojo cielo. 

Intenté matar los recuerdos. Fracasé. Ya no sentí la opresión del tiempo. Me quité las pesadas cadenas del minutero. Abjuré de Dios y del Diablo. La bondad y la maldad son atributos humanos, resolví. Un anciano, en el lado opuesto de la calle, escupió hacia la avenida. Un niño pequeño lloraba en la habitación contigua.

La incipiente penumbra del firmamento fue llenando el ámbito de la habitación. Me figuré todo como un sueño. Corrí las ventanas. El gélido viento moldeó mis rasgos. Tragué las pastillas, el grifo del baño goteaba. Me senté en el borde de la cama y esperé. 

Afuera se cernía la noche.     

domingo, 18 de noviembre de 2012

Versos de Agua...


...que se escurren como noche
sobre el canalillo de tus senos,
que rebosan burbujeantes en
el blanco incendio de tu vientre
y que vaporizan 
al contacto con mi cuerpo.
Versos líquidos, tristes versos,
que se derraman más allá del lecho incierto
de mi fantasía, que mueren secos
a mitad de la escalera,
que florecen en tu boca.
Mar, lago, río, letra a letra
caen en lluvia, informes versos,
y se amoldan: tus contornos.
Versos que salen de tus ojos y resbalan,
canto de agua, cerúlea sinfonía,
versos minerales mojan esta sábana,
derriten las almohadas, funden nuestras voces
y empapan mis entrañas.
Me ahogo, nos ahogamos,
en este líquido incesante, en el paroxismo
de estos versos
que viven en el agua.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Espirales


                    Tres voces, un llano,
    caminar, sin rumbo,
                   ecos de agua,
                      la luna, amarillenta,
                                          heliotropos tiernos,
                                                          sudar, sangre elemental,
                                                        rostros calcáreos,
                                          arterias, no palpitan,
                        cráneo agusanado,
           costras de vida,
inanición temporal,
                      detrimento de hierba,
                                        vientos, azulencos,
                                                         sendas, de espinas, 
                                            nardos grises,
                                                              notas, notas, de aire,
                               llamas de agua,
                        susurros,
                                   barro de fuego,
                                                     gritos, jironados,
                       noche blanca,
negro, menguante,
                 levante incierto,
                                     sulfuros, cráteres,
                                                         ojos, reptan,
                                          pálida insurrección,
                               espirales de arena,
                 espirales de tiempo,
caras líquidas,
                       momentáneo, dialecto,
        por siempre, para siempre,
regreso. 

martes, 13 de noviembre de 2012

Cara de Agua

La noche borra noches en tu rostro...
OCTAVIO PAZ, Nuevo Rostro

Durmió hasta tarde. Soñó un río de aguas diáfanas y márgenes inciertas. Soñó cada piedra, cada hoja, cada reflejo en el curso y cada insecto que lo sobrevolaba. Soñó que lo abandonaba unos momentos y que al volver el río difería del anterior. Creyó, en sueños, que el río no era el mismo porque las aguas se movían regularmente. El río jamás sería el mismo porque el curso conmutaba. 
La noche trabajó sus rasgos. Afuera llovía. Despertó muy lentamente; el claro río seguía en su pensamiento. Fue al espejo, atisbó en él a otro hombre, no al de ayer ni al de antier, ni al de hace algunas horas, ni al que reconoció en el sueño. Era un hombre y era muchos. Prevalecía en su inexacto rostro una continua metamorfosis, un deleznable cambio. Ya no pensó en el río; acaso las aguas cambiaban menos que los rasgos de su cara.      

sábado, 10 de noviembre de 2012

Sans Temps


Algún día me decidiré a escribir algo bueno...

Desemboqué en Donceles y el calor de la tarde me pegó de lleno en la sensible piel de la nuca. Me escoció. Me quité los audífonos y entré a una de las múltiples librerías de usados que están a lo largo de la calle. El fresco del local literario relajó mi nuca ardiente.

Interrogué curioso una mesa de literatura francesa (los mínimos precios bien valían la autopsia), y, salvo unas versiones compendiadas de Balzac, todo me resultó prescindible. Desistí la búsqueda y me aproximé, esperanzado, a la sección de filosofía (las secciones se delimitan con letreros oblongos en lo alto de las repisas, a la vista de los visitantes). En vano examiné los anaqueles; no encontré nada de Schopenhauer y de Nietzsche había sólo un antiguo volumen en alemán de Ecce Homo. No sé alemán.
Cuando pasé a la sección de literatura rusa me entusiasmé muchísimo con la casi irreal teofanía de Los Demonios de Dostoievski, a dos tomos y en una edición en pasta dura con forro de seda roja, en perfecto estado; la novela estaba entre un copioso volumen de La Guerra y La Paz y una tímida traducción del Sujodol de Iván Bunin. Tomé el primer tomo y tuve la perversa, casi erótica, sensación de quien acaricia un cuerpo prohibido o descubre un placer secreto. Abrí el libro y descubrí lo secreto y lo prohibido; en la parte superior derecha de la primera página estaba adosada una estampilla con el precio; era un abuso. Casi con melancolía, regresé el volumen a su lugar.
Dirigí la vista hacia el fondo de la librería y advertí el letrero fosforescente de la sección de psicología. A pesar de no ser un avezado de la psicología, esperaba, llevado más por la curiosidad que por la convicción, hallar algo de Lacan. Nunca lo había leído y sin embargo había escuchado de la bizarría de su prosa; quería acometer la lectura de alguna de sus obras. No hallé nada, en su lugar adiviné una abundante colección de Freud y algunos trabajos de Jung. No reconocí a los otros autores.

Detrás de mí se pronunciaba una profusa cantidad de bestsellers; de malos bestsellers en realidad. Acaso eché un vistazo por puro ocio. En medio del enorme librero me topé con un estrecho, una delgada brecha hacia una sección desconocida de la librería (logré distinguir más anaqueles del otro lado). Ponderé la anchura del pasadizo; sólo podría cruzarlo de lado una persona esbelta. Me llamó la atención el letrero que precedía el pasadizo. Mostraba la siguiente inscripción: La Chambre Sans Le Temps. No sé si por vanidad (porque sé francés) o por intriga, crucé el umbral de lado.

La habitación era mucho más grande de lo que pensé, al mirar del otro lado. Contemplé azorado la enigmática arquitectura del cuarto; no tenía ángulos, o, tal vez, tenía vértices y ángulos infinitos; era una íntegra esfera, un orbe de libreros, anaqueles y repisas atestados de ignota literatura. La posición de los anaqueles coincidía cabalmente con la circunferencia de la habitación. No juzgué espacios muertos y los únicos sitios en que no descubrí libros fueron el suelo cóncavo en el que me encontraba y la estrecha hendija por la que había ingresado.
Me fue imposible ignorar las casi subyugantes sensaciones de extrañeza y aislamiento que saturaban el espacio. Cuestioné el mecanismo de sujeción que mantenía fijos los volúmenes en el techo. Pensé en una falla del mecanismo y en todos los libros precipitándose sobre mí. Supuse que esta nueva sección estaba especializada en lenguas desconocidas (o para mí, al menos). Todos, en algún momento, hemos oído hablar del sanscrito o el arameo, o los sistemas filológicos del Indostán. Creo que la vasta unanimidad de la biblioteca pertenecía a alguna o varias de estas lenguas tempranas. Los clientes acaso no frecuentaban esta parte de la librería por esa razón.

Tomé al azar un libro, lo desempolvé y lo hojeé. No entendí nada. Inspeccioné algunos otros y luego me aburrí. No estuve más de cinco minutos en la habitación. Cuando salí ya no había libros, más bien, ya no era una librería. Era un local de control y robótica. Pregunté al androide que atendía que qué había pasado con la librería. No me entendió o no me escuchó.
Los androides pululaban por todas partes y el sol en la calle estaba más ardiente que nunca. 

martes, 6 de noviembre de 2012

No sé escribir poesía


Yo no sé escribir poesía,
ni modelar esa sustancia exquisita
de que se componen las palabras,
no entiendo de hexámetros o leoninos o pareados;
las leyes de la métrica me tienen sin cuidado.

Simulo que la leo pero no comprendo a William Butler Yeats,
y no tengo tormentos que me acerquen a Rimbaud,
acaso me imagino como un hombre sin talento
para tratar con la agonía y vertirla
tras la delicada punta de un bolígrafo de negro;
la página se macula con mi pulso temeroso
y tras de sí, en su reguero displicente, una
frase malograda yace rogando por las brasas.

Yo no sé escribir poesía,
no sé escribir un sol, una tormenta, un mar picado,
no puedo deletrear una luna en su fulgor;
me rindo frente a la montaña 
y caigo de bruces ante el firmamento;
pero sin embargo, tengo muy en cuenta
que la poesía acaso se escribe sin poetas.





sábado, 3 de noviembre de 2012

Lars Von Trier: Genio y rebeldía

El cine debería sentirse como se siente 
una piedra en el zapato.
Lars Von Trier

Quizá no haya otra expresión artística que conjugue tantos elementos (música, literatura, teatro, fotografía, diseño, danza, etc.) como lo hace la cinematografía. El cinema es un arte de artes. 
Por mi parte puedo argüir que el cine, después de la literatura, es mi forma de expresión predilecta. 
Hoy el blog dará un nuevo giro y, con temor a ser indigno de ello, comenzaré a hablar de cine.

Inaugurar una nueva sección es harto difícil porque marca el rumbo de lo que serán las próximas publicaciones, por eso, para empezar de digna forma, está página estará dedicada al genio del danés Lars Von Trier.


Lars Von Trier

Lars Trier (como aparece originalmente en su acta de nacimiento) nació en Copenhague, Dinamarca, el 30 de abril de 1956. Su madre había prefijado que fuera artista, razón que la llevó a embarazarse de un pintor. Años después, cuando la madre estuviera en su lecho de muerte, confesaría a Von Trier que su verdadero padre no era aquel con el que se sentaba a cenar a la mesa todas las noches.
Von Trier siempre fue un cineasta prematuro; a temprana edad consiguió su primera cámara, una modesta super 8 con la que solía filmar gran parte de su cotidianidad. Ingresa en los 80's a la escuela de cine de Conpenhague y entre 1981 y 1982 gana varios premios en el Festival de Cine de Munich. Se gradúa de la academia en 1983.
Su opera prima: El elemento del crimen (1984) es inscrita en el Festival de Cannes y gana un premio por logro técnico, esta inauguraría su Trilogía Europea.
Agregaría un Von a su nombre en homenaje a los cineastas Erich Von Stroheim y Josef Von Sternberg.
Lanza en 1987 la segunda parte de su trilogía europea: Epidemic, una cinta no muy bien acogida por la crítica que narra la vida de un cineasta (interpretado por él) que trata de conseguir fondos para la realización de una película sobre un virus que asedia a Alemania.
Le llegaría la fama con la última parte de su trilogía: Europa (1991). Su cinta consigue el tercer puesto en el Festival de Cannes; abjura de Roman Polanski, quien en ese entonces era presidente del jurado, y se autoproclama ganador moral del certamen. Su film es innovador, mezcla escenas en blanco y negro con escenas a color.
La visión experimental de Von Trier tendría dos de sus mayores ejemplos con el surgimiento del proyecto fílmico Dimensión o Día D consistente en el rodaje de una cinta sólo tres minutos al año durante treinta años, que según planea se estrene en el 2024, y la creación, junto a Thomas Vinterberg, del Dogma 95, un decálogo de reglas fílmicas inalienables. 

El Dogma 95 plantea un diametral rechazo a las superproducciones, a la utilización de efectos especiales y a todos los convencionalismos del cine. El también llamado Voto de Castidad es el siguiente:

1. Los rodajes tienen que llevarse a cabo en localizaciones reales. No se puede decorar ni crear un "set". Si un artículo u objeto es necesario para el desarrollo de la historia, se debe buscar una localización donde estén los objetos necesarios.  
2. El sonido no puede ser mezclado separadamente de las imágenes o viceversa (la música no debe ser usada, a menos que esta sea grabada en el mismo lugar donde la escena está siendo rodada).  
3. Se rodará cámara en mano. Cualquier movimiento o inmovilidad debido a la mano está permitido. (La película no debe tener lugar donde esté la cámara, el rodaje debe tener lugar donde la película tiene lugar). 
4. La película tiene que ser en color. Luz especial o artificial no está permitida (si la luz no alcanza para rodar una determinada escena, ésta debe ser eliminada o, en rigor, se le puede enchufar un foco simple a la cámara). 
5. Se prohíben los efectos ópticos y los filtros. 
6. La película no puede tener una acción o desarrollo superficial (no pueden mostrarse armas ni pueden ocurrir crímenes en la historia). 
7. Se prohíbe la alineación temporal o espacial. (Esto es para corroborar que la película tiene lugar aquí y ahora). 
8. No se aceptan películas de género. 
9. El formato de la película debe ser de 35 mm. 
10. El director no debe aparecer en los títulos de crédito. 
De este dogma saldría uno de los mejores filmes de Von Trier, Rompiendo las Olas (1996), quien ganaría el premio especial del jurado en el Festival de Cannes, y una nominación a los premios Óscar de su protagonista Emily Watson. En está cinta Von Trier también rompería los estatutos de Dogma; el final de la película es una escena digitalizada.
Rompiendo las Olas sería el inicio de una nueva trilogía: El Corazón de Oro, a la que le seguirían Los Idiotas (1988), censurada debido a sus fuertes escenas sexuales y apegada por completo a Dogma, y Bailando en la Oscuridad (2000), protagonizada por la cantante finlandesa Björk y ganadora de la Palme D'or en el Festival de Cannes. La canción de la cinta I've Seen it All fue nominada a los Óscar como mejor canción.

Su última trilogía, U.S.A., está conformada por Dogville (2003), rodada por completo en un hangar cerrado y protagonizada por Nicole Kidman, Manderlay (2005), protagonizada ahora por Bryce Dallas Howard y que sigue la misma línea de Dogville, y Washington que aún continúa en producción. Lars ha sido criticado por tratar temas americanos sin nunca haber pisado Norteamérica, debido en parte a su miedo a volar.

En el Festival de Cannes de 2009 presentó su cinta Anticristo, film de género fuertemente criticado por sus escenas sexuales y de automutilación; es protagonizado por Charlotte Gainsbourg, quien gana el premio a mejor actriz, y Willem Dafoe, y me parece una de las películas más perturbadoras que jamás se hayan realizado.

En Cannes 2011 estrena Melancolía, drama psicológico que explora la psique de una familia conocedora del inevitable fin del mundo. Es protagonizada por Kirsten Dunst, quien también ganó el premio a mejor actriz, y Charlotte Gainsbourg. Hasta el momento, está perfilada como la obra maestra de Von Trier.
En estos momentos se encuentra en rodaje Nymphomaniac, nuevo trabajo que retratará el despertar sexual de una mujer y que será protagonizado por su ya habitual y genial actriz Charlotte Gainsbourg.

Estilo e ideología 

Lars Von Trier se caracteriza por ser un cineasta que no sigue las reglas. De ahí que Dogma 95 no fuera sino un manifiesto contra las convenciones y los clichés del cine de los ochentas y los noventas. Ya una ideología similar había precedido a la suya, me refiero a los disidentes de los setentas: Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Denis Hopper, Paul Schrader, Charles Burnett, entre otros, quienes refutaron los métodos fílmicos de Hollywood. 
Así, Von Trier fue un director polémico desde sus inicios; burlándose de los cánones se abrió paso en una industria excluyente, cosa que sólo puede alcanzarse o siendo un "vendido" o siendo un genio. Lars optó por lo segundo:
"Soy un melancólico danés masturbándose en la oscuridad ante las imágenes de la industria del cine"  
Hizo de la pornografía una de las formas del arte (Los idiotas, Anticristo) y jugó inteligentemente con los temas contemporáneos para darles dignidad y verosimilitud (el fin del mundo, Melancolía). Las protagonistas de sus películas suelen ser mujeres atribuladas, que buscan redención. Excluye las trivialidades y todo lo que no sea digno de ser añadido a una secuencia. Cuida hasta lo obsesivo la fotografía y cada ángulo de cámara. A veces hace uso de múltiples tripies (cien cámaras fijas en una secuencia de Dancer in the Dark). Cuando utiliza efectos visuales, hace de cada cuadro un poema (Anticristo, Melancolía), aprovecha perfectamente el recurso del superslow. Teatraliza sus películas (Dogville, Manderlay). Sus argumentos son sólidos y viven por sí mismos, su casting es prodigioso. 
Una de las virtudes del estilo de Von Trier es que no tiene un estilo, explota la metamorfosis del ámbito, su pensamiento es inextricable. Lars Von Trier no se define por una película, se define por el conjunto de todas sus películas; estas no se parecen entre sí. 
Si hoy vieras Rompiendo las Olas y mañana Melancolía jurarías que son de un director distinto. Así es Lars Von Trier: polémico, impredecible, experimental, rebelde. Así son sus cintas: profundas, entrañables, como traer una piedrita en el zapato.     

Nota: Von Trier también ha dirigido The Kingdom, una serie danesa de culto.

jueves, 1 de noviembre de 2012

L'Eternité

Se fue hace algunas décadas.  
Al principio quise poblar las horas vacías con el ajedrez. Pensé en el número de combinaciones, ramificaciones y posibilidades con las que se puede operar una jugada, en los aspectos contextuales de la partida, en la habilidad o en la inepcia del adversario. Memoricé todas las tácticas defensivas y ofensivas descritas en los libros, las imité y las conmuté hasta el tedio. Hace veinte años, un hombre de descuidada barba gris me ganó. 
Dejé el ajedrez porque hay códigos en el tablero que ni la memoria más vasta ni el genio más lúcido pueden descifrar.   

Intenté con la literatura, esa mezcla heterogénea de realidad y de sueño tan difundida y subestimada en el planeta. Emprendí la ardua lectura de los griegos; al rapsoda épico, a su alumno, a Platón y a Sócrates, a Heráclito, a Demóstenes, al universal Aristóteles y a Píndaro el poeta. La geografía me acercó a Séneca y a Plinio. Leí La Tempestad, El Quijote, El Fausto, El Decameron, Rojo y Negro, La Divina Comedia y El Evangelio; este último es el que más abunda en licencias literarias. Profesé una variación del panteísmo de Bruno y Spinoza, en el que Dios es y no es. Inexorablemente, comencé a escribir.

Escribí poesía (intentos), prosa poética, cuento, novela y un misceláneo e inexperto trabajo sobre la condición del tiempo que poco después me llevó a quitar todos los relojes de la casa. 

Me acometió el temor de escribir algo que ya hubiera sido escrito, por ejemplo, Ana Karenina; no me pareció descabellada esa idea. Tarde o temprano sería Simbad o Tom Sawyer, Raskolnikov, Gregor Samsa, Gatsby, Aureliano Buendía, Teseo o Ingmar Bergman. Así como la noche se confunde con el infinito, mi rostro se confundiría con los rostros de todos los hombres.


Me cansé de las palabras y erré sobre veredas de piedra, caminé entre jardines de plácida hierba y me perdí entre callejones de oscura melancolía. Practiqué crudamente el estupro y la sodomía. Me entregué a la riña y a la expoliación. Vanamente sucumbí al alcohol. Crecieron mi barba y mi cabello. Maté y traicioné por placer, sentí la negra y obscena sangre correr entre mis dedos. Conjeturé que no sería menos o más asesino por matar a uno o a veinte hombres, así que hice de la muerte una costumbre. 


Hace tres años me capturaron junto al Ródano. El juzgado me computó quinientos doce años más veinticinco cadenas perpetuas. Desde entonces la vida es aburrida. Aquí adentro la comida es mala, los baños están sucios y el sexo es enfermizo. Lleno mis días con la lectura de Nietzsche y el baloncesto. He vuelto a la escritura; a veces flojamente escribo notas como esta. Espero que algún día llegué mi redención. Ahora sólo me queda esperar que se pierdan los siglos, se herrumbren los barrotes y se desmoronen los muros de este presidio; se olviden de mí como involuntariamente se olvidan los versos de un soneto. 
     

domingo, 28 de octubre de 2012

Suicidio Filosófico 2


I believe in Eternity.
EMERSON,  Essays, I

Dejé de escribir. Contemplé largamente el par de velas que iluminaban la hoja apenas iniciada. Uno no puede transmitir nada, pensé; los hombres propendemos a la ambigüedad,  sentimos en abstracciones. Vano creer que podemos transmitir lo que somos. Fútil tratar de definirnos.

Leí el epígrafe de mi escrito. Tomamos ideas que no son nuestras y las tergiversamos a nuestro antojo. Me equivoco; tomamos ideas que siempre han sido nuestras y convergemos a ellas, como el hombre que vuelve al vientre, como el ave que vuelve al nido. Dudé de las palabras como vías de la comunicación mas no como receptáculos de eternidades. Cuando digo roca no pienso en una cadena de símbolos que comience con la "r" y termine con la "a" sino en una "roca", con sus bordes irregulares, su dureza intrínseca y su indiferencia envidiable. Añoré ser una roca.

Atisbé que el hombre es la única cosa entre las cosas que no puede ser inmortal, porque es consciente de la muerte. El gato, el tulipán y las montañas viven en su eternidad; la muerte es metafísica. La flama de una vela se apagó en un vaivén agonizante. La oscuridad seguía siendo profanada por la minúscula llama restante.

Coloqué la pluma a un lado, ceñí el revolver y lo escondí en la gaveta del escritorio. Tomé la hoja que sería mi nota de suicidio y la rompí en dos partes. Empecé a creer en la eternidad. 

sábado, 27 de octubre de 2012

WinkelmassKreuz

Soñé una batalla; el légamo de la ladera se confundía con la oscura sangre de los elementos de mi pelotón. Waltz y Kroneberg agonizaban parapetados en un cráter profundo. En lo alto de la colina una ametralladora M1917 entorpecía nuestro avance. Koltz no lograba comunicarse por la radio para solicitar apoyo aéreo. En el fondo sabía que estábamos perdidos; sólo nos quedaban cinco cartuchos y cuatro granadas de cola, en breve, el enemigo ocuparía nuestra posición. Inútilmente descargamos contra el parapeto que resguardaba a la ametralladora; respondió con sagaces ráfagas de plomo. Un proyectil me rozó el brazo y rasgó la esvástica, llevándose con él un pequeño jirón de piel. Inutilizado el brazo, me agaché por debajo del margen de la zanja y esperé mi captura. Koltz y Schrader continuaron acometiendo contra la Browning. Súbitamente Schrader se desplomó, una bala le había destrozado el rostro. Koltz vanamente embaló una Walther y siguió disparando; en sus torpes manos parecía una pistola de juguete. Malhirieron en el hombro a Koltz y cayó al fango. Los británicos habían desarmado a un pelotón perfectamente organizado. Intenté suicidarme pero los ingleses ya me tenían de las manos y me las sujetaban con un lazo que habían improvisado.
Cuando desperté, yo seguía siendo el Coronel Weissmann, estaba en una celda húmeda y era un importante prisionero de guerra.

viernes, 26 de octubre de 2012

Suicidio Filosófico I


Me senté en el pretil del puente. Vagamente pensé en el porvenir; el río se dilataba a lo largo del amurallado de piedra. Quince, quizá veinte metros de aquí al curso. La gravitación de las aguas me hizo sentir un tenue vértigo. Incliné un poco la cabeza, repetidas veces; experimenté el cambio de presión en mi cráneo e imaginé las venas hinchadas de mis sienes. Absurdamente miré a mi alrededor. No había nadie.

Conjeturé que el presente es infinitesimal y que las personas lo han vuelto una convención; que utilizan ese término (fallido) para explicar la inaccesibilidad del tiempo y acrecentar su soberbia; para no sentirse reducidos por algo de lo que no son ni pueden ser dueños. Entreví al sol entre nubes cenicientas y momentáneamente padecí el anillo de pálido fuego. Empezó a llover.

El río se embraveció con la lluvia. Me bajé del pretil. Saqué la mojada nota de suicidio del pantalón y la arrojé hacia el curso. Tal vez mañana, cuando haya sol y el río se calme, decida por fin a perderme entre las aguas y a ser un fugaz recuerdo en este presente impostor. 

domingo, 21 de octubre de 2012

El cómplice

-¡Oye!, disculpa, una pregunta, ¿sabes dónde vive el Abuelo?
-¿El Abuelo? Híjole, no...
-Tiene dos hijos, Andrés y Felipe...
-No... qué crees... perdón...
-A su hijo Felipe le falta un dedo, creo que le apodan el gato.
-¿El gato?, ¡ah!, sí, ya sé, es el hijo de Don Manuel.
-¿Y sabes dónde vive? Me dijeron que era en esta unidad, pero no he dado con la casa.
-Vive en la siguiente calle, número 16.
-¿Número 16? Con razón, aquí me anotaron 26. Gracias y perdón por la molestia.
-No, no te preocupes.
-Hasta luego, gracias.
-Nos vemos.

Seguí caminando hacia mi casa. Abrí la puerta. Repentinamente se escucharon dos fuertes estallidos, no muy lejos. Corrí a ver. Habían fulminado a Don Manuel en su zaguán.  

sábado, 29 de septiembre de 2012

Vieja Redención

— He vuelto…

Sus rasgos se habían perdido, irreparablemente, con el decurso de los años; estaba casi irreconocible, observar su rostro era, de algún modo, como despeñarse en el vacío. Uno de sus ojos estaba muerto y los trazos profundos en su frente y mejillas pronunciaban una piel curtida por la miseria; la nervadura incendiada de una larga cicatriz en el mentón presidía el resto de su cara.

Apretó fuertemente el puñal y sintió el constreñido flujo de sangre en su mano.
El viejo contemplaba, reclinado sobre un antiguo mecedor de mimbre, los transidos movimientos de su visitante.

— Esperé mucho tiempo para que al fin cruzaras esa puerta, Isaac. — Dijo, con voz cascada, el viejo inválido. Tomó un cigarrillo del sucio cenicero de cristal que tenía sobre la manta que cubría sus piernas y lo acercó lentamente a las comisuras de sus labios.
—Creo que ya sabe a que he venido. —Contestó, nostálgico, Isaac, y alcanzó al viejo, un fósforo encendido.
 —Responder que no lo sé o pretender que has olvidado lo sucedido, sería injusto para ambos. Aunque no me creas, y sospecho que no lo harás, estoy arrepentido... —
—Ahórrese su arrepentimiento, viejo, que yo no sé qué clase de fuerza lo acudió para hacer lo que usted hizo. — Se interpuso Isaac.
—Entonces, ya... ¿ya me perdonaste?— preguntó, casi suplicante, el viejo.
—El perdón no existe, Abraham. El dolor es algo que se alimenta del tiempo, la soledad y la miseria. Perdonarlo me haría un hipócrita y un cobarde. —Reiteró Isaac, que seguía parado frente al viejo.

Abraham exhaló con dificultad el humo del cigarro. Carraspeó. Sus pómulos dibujaron dos tímidas líneas cristalinas; dos pequeños cursos de agua abrevaron de sus cuencas fatigadas. Isaac se sentó en un sillón jironado, el gato del viejo salió corriendo hacia el pasillo. Suspiró y después contempló largamente el cielo raso de cal. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las colinas. Las sombras se encargaron de desdibujar la sala.

—He pasado cincuenta años aguardando al redentor que perdigara lo que yo, por cobardía, no había podido llevar a cabo, me alegra y me azora saber que ese redentor eres tú, hijo... los ciclos se consuman de formas insospechadas…
—Quiero que sepa que no le reprocho que me haya querido matar —se adelantó Isaac—, le reprocho que me haya dejado con vida y le deploró, aun más, haberme obligado a vivir pensando por qué lo hizo…
—La razón es algo en lo que ya no creo y en lo que dejé de creer después de haberlo hecho. —Gimió, melancólico, Abraham.
—Pero supo dejar su símbolo, su eternidad, su reiteración del pasado... y para su desgracia, y para la mía, existen los espejos. — Inquirió Isaac.

Isaac se levantó del sillón, empuñó coléricamente el puñal, y lo arrojó, con desprecio, sobre el regazo de su padre. Abrió la puerta, salió bruscamente y no ció, nunca más lo haría. No precisaba asesinar un cuerpo con el alma muerta.


Epílogo
El relato anterior es el intento malogrado de una venganza metafísica; un niño escapa de casa porque su padre ha querido matarlo. El niño regresa: es un hombre maltrecho y constreñido por las desgracias de su existencia; busca redención. El padre es un anciano que raya la decrepitud, está inválido y su única compañía es un gato viejo, que ha ocupado sus días desgarrando un sillón arcaico. El hombre, el hijo, descree de la omnipotencia del perdón y condena al padre a una muerte en el remordimiento. Una acción del pensamiento forma más dilaceraciones que el filo de un puñal; prodiga, sin fin, una muerte aún más dolorosa: la muerte en el alma. 

El argumento, aunque profundo, es un plagio de espléndidos desarrollos anteriores. Me temo que he fracasado en este breve concilio entre dos olvidos: Episodio del Enemigo y La Mort Heureuse. Los nombres son bíblicos. La cicatriz del hombre es, acaso, un mero símbolo de la memoria.

  

miércoles, 1 de agosto de 2012

El pabellón número seis

Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto
la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia,
si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general.
Poe, Eleonore

Un hombre con manía persecutoria internado en una clínica exigua y el médico a cargo de esa clínica, son los actores principales de este triste y terrible drama. Es un relato que sigue la misma línea existencialista de Dostoievski y posiblemente sea un fiel precursor de Kafka. Con sus atmósferas sórdidas y desoladoras, Antón Chejov nos conduce por la vida y el pensamiento de estos hombres (genios) reprimidos y sojuzgados por el orden social, excluidos por ser inteligentes, malhadados por saber pensar.
¿Y es que en verdad para intelectual no hay otro destino que no sea la locura y eventualmente la muerte? ¿Es que, como escribe Hesse, a los hombres verdaderos sólo les pertenece la pala que los ha de soterrar? Uno recorre las calles recogiendo miserias cuando la fama o el reconocimiento lo ostentan los idiotas. Cierto, es lamentable, pero así es. Empero, aquel que elige el sendero del intelecto está sumamente consciente de las probabilidades de subsistencia en una sociedad vana y ficticia. Ya va siendo redundante en mis notas remitirme a Camus, pero para esto no hay una mejor elucidación que la filosofía del absurdo. ¿Por qué hacer esto si no hay esperanza? Porque- en palabras de Zapata- preferimos morir de pie a vivir arrodillados.

Andrei Efímiych, el doctor encargado de la clínica, está harto de la artificiosidad de las personas, de su puerilidad y de su grave inepcia para sostener una conversación profunda:

“…en este mundo todo es insignificante y falto de interés salvo la suprema expresión espiritual de la inteligencia humana. La inteligencia marca la frontera insalvable entre el animal y el hombre, intuye la divinidad de este último y, en cierta medida, suple a la inmortalidad, que no existe. Partiendo de ello, la inteligencia es la única fuente posible de placer; Pero nosotros ni vemos ni oímos la inteligencia a nuestro alrededor… “

Efímych conoce a este “maníaco”, Iván Dmítrich, en el pabellón número seis de la clínica donde se resguarda a los enfermos mentales y le es muy grato encontrarse a alguien que puede abordar una conversación inteligente con él, aún con las desavenencias y la hostilidad que muestra Dmítrich para con el doctor:

“—Sí, estoy enfermo. Pero es que decenas, centenares de locos pasean en libertad porque su ignorancia es incapaz de distinguirlos de los sanos. ¿Por qué entonces yo y estos desgraciados debemos estar aquí por todos, como chivos expiatorios? Usted, el practicante, el celador y toda su gentuza hospitalaria son incomparablemente inferiores en lo moral a cada uno de nosotros, ¿por qué somos nosotros los encerrados y no usted? ¿Dónde está la lógica?”

Desde entonces el doctor Efímych visita el pabellón número seis cada tarde para platicar con Dmítrich. Aquí es donde comienza la represión social, ¿Acaso hablar con un loco significa, de igual manera, estar loco? Tal parece que sí. Los allegados al doctor (que no son muchos) sugieren que está perdiendo la cordura y esencialmente lo fuerzan a abandonar el hospital so pretexto de unas vacaciones.
Vacaciones que lo dejarían en la ruina y la podredumbre. Más tarde, a su regreso, le internan en la clínica y le acomodan en el pabellón número seis junto a los otros enfermos. Es en ese momento cuando se entera de las arbitrariedades y los abusos del guardia hacia los enfermos mentales…

Superioridad moral. Sí, probablemente sea algo que diferencia al hombre inteligente del hombre simple, moral libre de patetismos e hipocresías. Pero eso para el hombre corriente representa una “demencia”; y si la sociedad está compuesta en su inmensa mayoría por hombres corrientes, no es ninguna sorpresa que el ser más elevado sea recluido, tratado como un desadaptado y tildado de maniaco.

Tarde o temprano, en mayor o menor medida, todos terminaremos recluidos en una clínica mezquina y postrados en una cama hedionda a coles del pabellón número seis.   

Notas:
- Con respecto a las traducciones de las citas previamente utilizadas: la cita de Edgar Allan Poe fue extractada del relato Eleonore, traducido genialmente por Julio Cortázar. El pabellón número seis, relato del autor ruso Antón Chejov, lo leí en la excelente traducción de Julio San Vicente. 
- Si deseas leer el relato puedes seguir el siguiente enlace: La sala número seis. El texto no contiene el nombre del traductor pero la versión se ve bastante decente.  

viernes, 20 de julio de 2012

Cien Años de Soledad

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento,
 el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota
 en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

-Ningún disparate –dijo Aureliano-. Es la guerra.
Y no me vuelva decir Aurelito, que ya soy
el coronel Aureliano Buendía.

La mítica leyenda del coronel Aureliano Buendía comienza con el par de citas que anteceden esta nota. La primera inaugura la novela, y es considerada una de las mejores aperturas narrativas de todos los tiempos. La segunda respalda el auge inusitado del coronel Aureliano Buendía, uno de los personajes centrales de la historia y, en mi opinión, uno de los héroes (o antihéroes) más complejos de la literatura universal. Perdió treinta y dos guerras, tuvo diecisiete hijos (todos y cada uno con mujeres distintas), sobrevivió a catorce atentados, setenta y tres emboscadas, un pelotón de fusilamiento y sorteó un envenenamiento con estrecticina que habría bastado para matar a un caballo, además de frustrarse su tentativa de suicidio cuando se disparó en el pecho una bala que le salió por la espalda sin rasguñar una sola arteria.
Pero la novela trata menos del coronel que de la estirpe de los Buendía y la fundación de un pueblo de ensueño invadido, explotado, reprimido y devastado por la industria , la guerra y la lluvia: Macondo. Debo admitir que necesité de una meticulosa relectura para comprender por completo (y por completo se me hace una expresión un tanto osada) la envergadura de esta obra maestra. García Márquez amasó, mezcló, moldeó y horneó a fuego lento una parábola universal. Macondo es un prodigioso epítome de la historia de la humanidad, de la fundación de todo pueblo y del destino inexorable de todo linaje.
Macondo surge en el decurso de un peregrinaje sin destino, impulsado por un remordimiento de conciencia y el melancólico espectro de Prudencio Aguilar, personaje fugaz muerto a manos de José Arcadio Buendía en una riña de galleros. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán cumplen un exilio voluntario y salen de Riohacha; emprenden la tortuosa travesía sobre la sierra y, por un sueño augurador de José Arcadio Buendía (relacionado con una aldea de espejos), fundan Macondo en medio de la ciénaga.

Cien años de soledad es una historia plagada de magia, recuerdos, nostalgia, muerte, espectros, prodigios, locura y soledad. Es un complejo de mitologías vertidas en un mismo y profuso ámbito, fundidas en una reverberación de espejismos y evocaciones sobrenaturales; encuentro a Orfeo y su lira melodiosa en Pietro Crespi y su cítara la noche prolija en que despertó y conmovió a los habitantes de Macondo con su timbre de ángel, sufriendo la hiel del rechazo inopinado de Amaranta; recuerdo al coronel Aureliano Buendía en el consultorio con la marca de yodo en el corazón premonitoria del suicidio, imitando en táctica al trágico Jaques Rigaut; entreveo a Penélope de Itaca en Amaranta y la costura inacabable del sudario que habría de ataviarla en el sepulcro; y las Sagradas Escrituras presentes en el diluvio de cuatro años once meses y dos días que devastó a Macondo.
Resulta extraordinaria la vastedad de referencias culturales que se vislumbran en la novela, todas tan incrustadas en la trama que es menester un conocimiento y una capacidad indagatoria propia de los eruditos para identificarlas todas.

En la página 313 de la edición clásica, García Márquez alude a la portentosa novela La muerte de Artemio Cruz de su gran amigo Carlos Fuentes, escribiendo el siguiente párrafo:

“Entre ellos se llevaron a José Arcadio Segundo y a Lorenzo Gavilán, un coronel de la revolución mexicana, exiliado en Macondo, que decía haber sido testigo del heroísmo de su compadre Artemio Cruz.”         

Carlos Fuentes devolvería el homenaje en Terra Nostra* (1975), urdiendo a un coronel colombiano apellidado Buendía, exiliado en París.

Pero esta espléndida concepción no sólo se vale de elementos clásicos de la literatura y la historia, y creo que su mayor virtud recae en esto: incorpora tradiciones, costumbres y supersticiones inherentes a los pueblos latinoamericanos. Forja y recrea, en este pueblo legendario, la idiosincrasia latina, fraguando, asimismo, un círculo de afinidades con los lectores nacidos en América del centro-sur.
Una vez leí en algún ensayo de García Márquez que la novela que motivó la creación -después de un pequeño estancamiento creativo- de Cien años de soledad fue Pedro Páramo de Juan Rulfo. Traigo a cuento esto porque Pedro Páramo es una de las grandes novelas de la superstición latina; Juan Preciado, el protagonista, llega a Comala, un pueblo fantasma hacinado de espectros que lo conducirán por el pasado sibilino de su padre Pedro Páramo. Es notable el eco que hace el argumento en la casa de los Buendía cuando comienza a plagarse con los espectros de Melquíades, José Arcadio Buendía, Prudencio Aguilar, quien los busca de pueblo en pueblo, el coronel Aureliano Buendía, Fernanda del Carpio, Úrsula Iguarán, etc.

El humor es el estilóbato primordial de esta urdimbre desaforada de acontecimientos. El humor de García Márquez es un humor ácido, negro, pícaro y sexual; está presente a lo largo de la obra como unificador de la trama; rememoro con entusiasmo ciertos pasajes: cuando José Arcadio Buendía lleva a sus hijos a conocer el hielo y les dice asombrado que es el diamante más grande que se haya visto para enseguida ser corregido por el guardián gitano, «es hielo», dejándolo en ridículo frente a sus hijos; cuando se muere José Arcadio y el cuerpo se impregna con un olor a pólvora irrevocable y Úrsula lo lava y friega sin ningún éxito y utiliza como último recurso sazonarlo a fuego lento con ají, comino y hojitas de laurel sin lograr otro resultado que no fuera la descomposición del cadáver; o uno muy bueno cuando comienza el diluvio de cuatro años once meses y dos días y Fernanda se muestra solícita al arrimarle un paraguas “medio desvarillado” a Aureliano Segundo para que se vaya a casa de Petra Cotes y él responde con resolución:  «Me quedo aquí hasta que escampe.»
En fin, podría pasarme la tarde entera recogiendo episodios de coyunturas divertidas.

Macondo es el vaticinio lógico del destino de un mundo sobreexplotado por las industrias, las guerras y las burdas ambiciones capitalistas. Es el retrato fiel de una sociedad en decadencia, de una tierra agónica. La compañía bananera que yerma la fecundidad de Macondo no es sino una triste alegoría a todas esas industrias que no hacen otra cosa que disecar la naturaleza, sin templanza, sin pudor, sin sensatez.
Las treinta y dos guerras promovidas por el coronel sólo demuestran la futilidad secular de los pleitos armados; nunca se sabe a ciencia cierta por qué se está luchando o si en realidad vale la pena dilapidar plomo por algo.

El tiempo (como en toda gran obra) es espectador sinuoso de Cien años de soledad; aquí está planteada, también, una cuestión harto consabida: la circularidad del tiempo. Podría argüirse que la estirpe de los Buendía es una estirpe, por así llamarla, redundante. No por nada Úrsula se la pasaba exclamando que el tiempo estaba dando vueltas al notar, no sin un poco de estupor, que los nietos repetían las manías de los abuelos, o los bisnietos las de los bisabuelos. Como Caín mató a Abel y Rómulo a Remo, a Aureliano Babilonia lo consumió la lujuria por su tía como a Arcadio por su madre.

La astucia y la tenacidad con las que Gabriel García Márquez fusiona realidad con fantasía, historia con mitología, humor con seriedad, lo colocan como uno de los más ilustres genios de la literatura de todos los tiempos. Es precursor y máximo representante del género literario conocido como realismo mágico, y su obra capital es, incuestionablemente, Cien años de soledad, que a la postre le significó el premio Nobel de Literatura en 1982.
       
Si no han leído la novela corren con suerte, pues tendrán la fantástica fortuna de leerlo por primera vez. (Esta frase se la escuche en una ocasión a algún periodista o escritor y desde entonces resuena en mi cabeza con cada libro ignoto que abro.)


*Terra Nostra es la obra más vasta y ambiciosa de Carlos Fuentes (783 págs.); ya he leído esta abundante novela pero no me he dado a la empresa temeraria de elaborar una nota about, porque, por muy somera que fuera, aun los conocimientos en el volumen me rebasan.

Nota:
Los renglones anteriores no representan sino un acercamiento “por encimita” de la novela de Gabriel García Márquez. Mis pretensiones, más allá de difundir la literatura (que es a menudo lo que busco), son asimilar la lectura, sedimentar mi comprensión.