miércoles, 1 de agosto de 2012

El pabellón número seis

Los hombres me han llamado loco; pero todavía no se ha resuelto
la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia,
si mucho de lo glorioso, si todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas del intelecto general.
Poe, Eleonore

Un hombre con manía persecutoria internado en una clínica exigua y el médico a cargo de esa clínica, son los actores principales de este triste y terrible drama. Es un relato que sigue la misma línea existencialista de Dostoievski y posiblemente sea un fiel precursor de Kafka. Con sus atmósferas sórdidas y desoladoras, Antón Chejov nos conduce por la vida y el pensamiento de estos hombres (genios) reprimidos y sojuzgados por el orden social, excluidos por ser inteligentes, malhadados por saber pensar.
¿Y es que en verdad para intelectual no hay otro destino que no sea la locura y eventualmente la muerte? ¿Es que, como escribe Hesse, a los hombres verdaderos sólo les pertenece la pala que los ha de soterrar? Uno recorre las calles recogiendo miserias cuando la fama o el reconocimiento lo ostentan los idiotas. Cierto, es lamentable, pero así es. Empero, aquel que elige el sendero del intelecto está sumamente consciente de las probabilidades de subsistencia en una sociedad vana y ficticia. Ya va siendo redundante en mis notas remitirme a Camus, pero para esto no hay una mejor elucidación que la filosofía del absurdo. ¿Por qué hacer esto si no hay esperanza? Porque- en palabras de Zapata- preferimos morir de pie a vivir arrodillados.

Andrei Efímiych, el doctor encargado de la clínica, está harto de la artificiosidad de las personas, de su puerilidad y de su grave inepcia para sostener una conversación profunda:

“…en este mundo todo es insignificante y falto de interés salvo la suprema expresión espiritual de la inteligencia humana. La inteligencia marca la frontera insalvable entre el animal y el hombre, intuye la divinidad de este último y, en cierta medida, suple a la inmortalidad, que no existe. Partiendo de ello, la inteligencia es la única fuente posible de placer; Pero nosotros ni vemos ni oímos la inteligencia a nuestro alrededor… “

Efímych conoce a este “maníaco”, Iván Dmítrich, en el pabellón número seis de la clínica donde se resguarda a los enfermos mentales y le es muy grato encontrarse a alguien que puede abordar una conversación inteligente con él, aún con las desavenencias y la hostilidad que muestra Dmítrich para con el doctor:

“—Sí, estoy enfermo. Pero es que decenas, centenares de locos pasean en libertad porque su ignorancia es incapaz de distinguirlos de los sanos. ¿Por qué entonces yo y estos desgraciados debemos estar aquí por todos, como chivos expiatorios? Usted, el practicante, el celador y toda su gentuza hospitalaria son incomparablemente inferiores en lo moral a cada uno de nosotros, ¿por qué somos nosotros los encerrados y no usted? ¿Dónde está la lógica?”

Desde entonces el doctor Efímych visita el pabellón número seis cada tarde para platicar con Dmítrich. Aquí es donde comienza la represión social, ¿Acaso hablar con un loco significa, de igual manera, estar loco? Tal parece que sí. Los allegados al doctor (que no son muchos) sugieren que está perdiendo la cordura y esencialmente lo fuerzan a abandonar el hospital so pretexto de unas vacaciones.
Vacaciones que lo dejarían en la ruina y la podredumbre. Más tarde, a su regreso, le internan en la clínica y le acomodan en el pabellón número seis junto a los otros enfermos. Es en ese momento cuando se entera de las arbitrariedades y los abusos del guardia hacia los enfermos mentales…

Superioridad moral. Sí, probablemente sea algo que diferencia al hombre inteligente del hombre simple, moral libre de patetismos e hipocresías. Pero eso para el hombre corriente representa una “demencia”; y si la sociedad está compuesta en su inmensa mayoría por hombres corrientes, no es ninguna sorpresa que el ser más elevado sea recluido, tratado como un desadaptado y tildado de maniaco.

Tarde o temprano, en mayor o menor medida, todos terminaremos recluidos en una clínica mezquina y postrados en una cama hedionda a coles del pabellón número seis.   

Notas:
- Con respecto a las traducciones de las citas previamente utilizadas: la cita de Edgar Allan Poe fue extractada del relato Eleonore, traducido genialmente por Julio Cortázar. El pabellón número seis, relato del autor ruso Antón Chejov, lo leí en la excelente traducción de Julio San Vicente. 
- Si deseas leer el relato puedes seguir el siguiente enlace: La sala número seis. El texto no contiene el nombre del traductor pero la versión se ve bastante decente.