Los hombres me han llamado
loco; pero todavía no se ha resuelto
la cuestión de si la
locura es o no la forma más elevada de la inteligencia,
si mucho de lo glorioso,
si todo lo profundo, no surgen de una enfermedad del pensamiento, de estados de ánimo exaltados a expensas
del intelecto general.
Poe, Eleonore
Un hombre con manía
persecutoria internado en una clínica exigua y el médico a cargo de esa clínica,
son los actores principales de este triste y terrible drama. Es un relato que
sigue la misma línea existencialista de Dostoievski y posiblemente sea un fiel precursor
de Kafka. Con sus atmósferas sórdidas y desoladoras, Antón Chejov nos conduce
por la vida y el pensamiento de estos hombres (genios) reprimidos y sojuzgados
por el orden social, excluidos por ser inteligentes, malhadados por saber
pensar.
¿Y es que en verdad para
intelectual no hay otro destino que no sea la locura y eventualmente la muerte?
¿Es que, como escribe Hesse, a los hombres verdaderos sólo les pertenece la
pala que los ha de soterrar? Uno recorre las calles recogiendo miserias cuando
la fama o el reconocimiento lo ostentan los idiotas. Cierto, es lamentable,
pero así es. Empero, aquel que elige el sendero del intelecto está sumamente
consciente de las probabilidades de subsistencia en una sociedad vana y
ficticia. Ya va siendo redundante en mis notas remitirme a Camus, pero para
esto no hay una mejor elucidación que la filosofía del absurdo. ¿Por qué hacer
esto si no hay esperanza? Porque- en palabras de Zapata- preferimos morir de
pie a vivir arrodillados.
Andrei Efímiych, el doctor
encargado de la clínica, está harto de la artificiosidad de las personas, de su
puerilidad y de su grave inepcia para sostener una conversación profunda:
“…en
este mundo todo es insignificante y falto de interés salvo la suprema expresión
espiritual de la inteligencia humana. La inteligencia marca la frontera
insalvable entre el animal y el hombre, intuye la divinidad de este último y,
en cierta medida, suple a la inmortalidad, que no existe. Partiendo de ello, la
inteligencia es la única fuente posible de placer; Pero nosotros ni vemos ni
oímos la inteligencia a nuestro alrededor… “
Efímych conoce a este
“maníaco”, Iván Dmítrich, en el pabellón número seis de la clínica donde se
resguarda a los enfermos mentales y le es muy grato encontrarse a alguien que puede
abordar una conversación inteligente con él, aún con las desavenencias y la
hostilidad que muestra Dmítrich para con el doctor:
“—Sí,
estoy enfermo. Pero es que decenas, centenares de locos pasean en libertad
porque su ignorancia es incapaz de distinguirlos de los sanos. ¿Por qué
entonces yo y estos desgraciados debemos estar aquí por todos, como chivos
expiatorios? Usted, el practicante, el celador y toda su gentuza hospitalaria
son incomparablemente inferiores en lo moral a cada uno de nosotros, ¿por qué
somos nosotros los encerrados y no usted? ¿Dónde está la lógica?”
Desde entonces el doctor
Efímych visita el pabellón número seis cada tarde para platicar con Dmítrich.
Aquí es donde comienza la represión social, ¿Acaso hablar con un loco
significa, de igual manera, estar loco? Tal parece que sí. Los allegados al
doctor (que no son muchos) sugieren que está perdiendo la cordura y esencialmente
lo fuerzan a abandonar el hospital so pretexto de unas vacaciones.
Vacaciones que lo dejarían
en la ruina y la podredumbre. Más tarde, a su regreso, le internan en la
clínica y le acomodan en el pabellón número seis junto a los otros enfermos. Es
en ese momento cuando se entera de las arbitrariedades y los abusos del guardia
hacia los enfermos mentales…
Superioridad moral. Sí,
probablemente sea algo que diferencia al hombre inteligente del hombre simple,
moral libre de patetismos e hipocresías. Pero eso para el hombre corriente representa
una “demencia”; y si la sociedad está compuesta en su inmensa mayoría por
hombres corrientes, no es ninguna sorpresa que el ser más elevado sea recluido,
tratado como un desadaptado y tildado de maniaco.
Tarde o temprano, en mayor
o menor medida, todos terminaremos recluidos en una clínica mezquina y
postrados en una cama hedionda a coles del pabellón número seis.
Notas:
- Con respecto a las
traducciones de las citas previamente utilizadas: la cita de Edgar Allan Poe
fue extractada del relato Eleonore, traducido
genialmente por Julio Cortázar. El
pabellón número seis, relato del
autor ruso Antón Chejov, lo leí en la excelente traducción de Julio San
Vicente.
- Si deseas leer el relato puedes seguir el siguiente enlace: La sala número seis. El texto no contiene el nombre del traductor pero la versión se ve bastante decente.