domingo, 28 de octubre de 2012

Suicidio Filosófico 2


I believe in Eternity.
EMERSON,  Essays, I

Dejé de escribir. Contemplé largamente el par de velas que iluminaban la hoja apenas iniciada. Uno no puede transmitir nada, pensé; los hombres propendemos a la ambigüedad,  sentimos en abstracciones. Vano creer que podemos transmitir lo que somos. Fútil tratar de definirnos.

Leí el epígrafe de mi escrito. Tomamos ideas que no son nuestras y las tergiversamos a nuestro antojo. Me equivoco; tomamos ideas que siempre han sido nuestras y convergemos a ellas, como el hombre que vuelve al vientre, como el ave que vuelve al nido. Dudé de las palabras como vías de la comunicación mas no como receptáculos de eternidades. Cuando digo roca no pienso en una cadena de símbolos que comience con la "r" y termine con la "a" sino en una "roca", con sus bordes irregulares, su dureza intrínseca y su indiferencia envidiable. Añoré ser una roca.

Atisbé que el hombre es la única cosa entre las cosas que no puede ser inmortal, porque es consciente de la muerte. El gato, el tulipán y las montañas viven en su eternidad; la muerte es metafísica. La flama de una vela se apagó en un vaivén agonizante. La oscuridad seguía siendo profanada por la minúscula llama restante.

Coloqué la pluma a un lado, ceñí el revolver y lo escondí en la gaveta del escritorio. Tomé la hoja que sería mi nota de suicidio y la rompí en dos partes. Empecé a creer en la eternidad. 

sábado, 27 de octubre de 2012

WinkelmassKreuz

Soñé una batalla; el légamo de la ladera se confundía con la oscura sangre de los elementos de mi pelotón. Waltz y Kroneberg agonizaban parapetados en un cráter profundo. En lo alto de la colina una ametralladora M1917 entorpecía nuestro avance. Koltz no lograba comunicarse por la radio para solicitar apoyo aéreo. En el fondo sabía que estábamos perdidos; sólo nos quedaban cinco cartuchos y cuatro granadas de cola, en breve, el enemigo ocuparía nuestra posición. Inútilmente descargamos contra el parapeto que resguardaba a la ametralladora; respondió con sagaces ráfagas de plomo. Un proyectil me rozó el brazo y rasgó la esvástica, llevándose con él un pequeño jirón de piel. Inutilizado el brazo, me agaché por debajo del margen de la zanja y esperé mi captura. Koltz y Schrader continuaron acometiendo contra la Browning. Súbitamente Schrader se desplomó, una bala le había destrozado el rostro. Koltz vanamente embaló una Walther y siguió disparando; en sus torpes manos parecía una pistola de juguete. Malhirieron en el hombro a Koltz y cayó al fango. Los británicos habían desarmado a un pelotón perfectamente organizado. Intenté suicidarme pero los ingleses ya me tenían de las manos y me las sujetaban con un lazo que habían improvisado.
Cuando desperté, yo seguía siendo el Coronel Weissmann, estaba en una celda húmeda y era un importante prisionero de guerra.

viernes, 26 de octubre de 2012

Suicidio Filosófico I


Me senté en el pretil del puente. Vagamente pensé en el porvenir; el río se dilataba a lo largo del amurallado de piedra. Quince, quizá veinte metros de aquí al curso. La gravitación de las aguas me hizo sentir un tenue vértigo. Incliné un poco la cabeza, repetidas veces; experimenté el cambio de presión en mi cráneo e imaginé las venas hinchadas de mis sienes. Absurdamente miré a mi alrededor. No había nadie.

Conjeturé que el presente es infinitesimal y que las personas lo han vuelto una convención; que utilizan ese término (fallido) para explicar la inaccesibilidad del tiempo y acrecentar su soberbia; para no sentirse reducidos por algo de lo que no son ni pueden ser dueños. Entreví al sol entre nubes cenicientas y momentáneamente padecí el anillo de pálido fuego. Empezó a llover.

El río se embraveció con la lluvia. Me bajé del pretil. Saqué la mojada nota de suicidio del pantalón y la arrojé hacia el curso. Tal vez mañana, cuando haya sol y el río se calme, decida por fin a perderme entre las aguas y a ser un fugaz recuerdo en este presente impostor. 

domingo, 21 de octubre de 2012

El cómplice

-¡Oye!, disculpa, una pregunta, ¿sabes dónde vive el Abuelo?
-¿El Abuelo? Híjole, no...
-Tiene dos hijos, Andrés y Felipe...
-No... qué crees... perdón...
-A su hijo Felipe le falta un dedo, creo que le apodan el gato.
-¿El gato?, ¡ah!, sí, ya sé, es el hijo de Don Manuel.
-¿Y sabes dónde vive? Me dijeron que era en esta unidad, pero no he dado con la casa.
-Vive en la siguiente calle, número 16.
-¿Número 16? Con razón, aquí me anotaron 26. Gracias y perdón por la molestia.
-No, no te preocupes.
-Hasta luego, gracias.
-Nos vemos.

Seguí caminando hacia mi casa. Abrí la puerta. Repentinamente se escucharon dos fuertes estallidos, no muy lejos. Corrí a ver. Habían fulminado a Don Manuel en su zaguán.