Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota
en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
-Ningún disparate –dijo Aureliano-. Es
la guerra.
Y no me vuelva decir Aurelito, que ya
soy
el coronel Aureliano Buendía.
La mítica leyenda del
coronel Aureliano Buendía comienza con el par de citas que anteceden esta nota.
La primera inaugura la novela, y es considerada una de las mejores
aperturas narrativas de todos los tiempos. La segunda respalda el auge
inusitado del coronel Aureliano Buendía, uno de los personajes centrales de la
historia y, en mi opinión, uno de los héroes (o antihéroes) más complejos de la
literatura universal. Perdió treinta y dos guerras, tuvo diecisiete hijos (todos y cada uno con mujeres distintas), sobrevivió a catorce atentados, setenta
y tres emboscadas, un pelotón de fusilamiento y sorteó un
envenenamiento con estrecticina que habría bastado para matar a un caballo, además de frustrarse su tentativa de suicidio cuando se disparó en el pecho una bala que
le salió por la espalda sin rasguñar una sola arteria.
Pero la novela trata menos
del coronel que de la estirpe de los Buendía y la fundación de un pueblo de
ensueño invadido, explotado, reprimido y devastado por la industria , la guerra
y la lluvia: Macondo. Debo admitir que necesité de una meticulosa relectura
para comprender por completo (y por
completo se me hace una expresión un tanto osada) la envergadura de esta
obra maestra. García Márquez amasó, mezcló, moldeó y horneó a fuego lento una
parábola universal. Macondo es un prodigioso epítome de la historia de la
humanidad, de la fundación de todo pueblo y del destino inexorable de todo
linaje.
Macondo surge en el decurso de un peregrinaje sin destino, impulsado por un remordimiento de
conciencia y el melancólico espectro de Prudencio Aguilar, personaje fugaz muerto
a manos de José Arcadio Buendía en una riña de galleros. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán cumplen un exilio voluntario y salen de Riohacha; emprenden la tortuosa travesía sobre la sierra y, por
un sueño augurador de José Arcadio Buendía (relacionado con una aldea de
espejos), fundan Macondo en medio de la ciénaga.
Cien
años de soledad es
una historia plagada de magia, recuerdos, nostalgia, muerte, espectros,
prodigios, locura y soledad. Es un complejo de mitologías vertidas en un mismo y
profuso ámbito, fundidas en una reverberación de espejismos y evocaciones
sobrenaturales; encuentro a Orfeo y su lira melodiosa en Pietro Crespi y su
cítara la noche prolija en que despertó y conmovió a los habitantes de Macondo
con su timbre de ángel, sufriendo la hiel del rechazo inopinado de Amaranta; recuerdo
al coronel Aureliano Buendía en el consultorio con la marca de yodo en el
corazón premonitoria del suicidio, imitando en táctica al trágico Jaques Rigaut;
entreveo a Penélope de Itaca en Amaranta y la costura inacabable del sudario
que habría de ataviarla en el sepulcro; y las Sagradas Escrituras presentes en
el diluvio de cuatro años once meses y dos días que devastó a Macondo.
Resulta extraordinaria la
vastedad de referencias culturales que se vislumbran en la novela, todas tan
incrustadas en la trama que es menester un conocimiento y una capacidad
indagatoria propia de los eruditos para identificarlas todas.
En la página 313 de la
edición clásica, García Márquez alude a la portentosa novela La muerte de Artemio Cruz de su gran
amigo Carlos Fuentes, escribiendo el siguiente párrafo:
“Entre ellos se llevaron a José Arcadio Segundo y a Lorenzo Gavilán, un coronel de la revolución mexicana, exiliado en Macondo, que decía haber sido testigo del heroísmo de su compadre Artemio Cruz.”
Carlos Fuentes devolvería
el homenaje en Terra Nostra* (1975),
urdiendo a un coronel colombiano apellidado Buendía, exiliado en París.
Pero esta espléndida
concepción no sólo se vale de elementos clásicos de la literatura y la
historia, y creo que su mayor virtud recae en esto: incorpora tradiciones,
costumbres y supersticiones inherentes a los pueblos latinoamericanos. Forja y
recrea, en este pueblo legendario, la idiosincrasia latina, fraguando, asimismo,
un círculo de afinidades con los lectores nacidos en América del centro-sur.
Una vez leí en algún ensayo
de García Márquez que la novela que motivó la creación -después de un pequeño
estancamiento creativo- de Cien años de
soledad fue Pedro Páramo de Juan
Rulfo. Traigo a cuento esto porque Pedro
Páramo es una de las grandes novelas de la superstición latina; Juan
Preciado, el protagonista, llega a Comala, un pueblo fantasma hacinado de
espectros que lo conducirán por el pasado sibilino de su padre Pedro Páramo. Es
notable el eco que hace el argumento en la casa de los Buendía cuando comienza
a plagarse con los espectros de Melquíades, José Arcadio Buendía, Prudencio
Aguilar, quien los busca de pueblo en pueblo, el coronel Aureliano Buendía, Fernanda
del Carpio, Úrsula Iguarán, etc.
El humor es el estilóbato
primordial de esta urdimbre desaforada de acontecimientos. El humor de García
Márquez es un humor ácido, negro, pícaro y sexual; está presente a lo largo de la
obra como unificador de la trama; rememoro con entusiasmo ciertos pasajes:
cuando José Arcadio Buendía lleva a sus hijos a conocer el hielo y les dice
asombrado que es el diamante más grande que se haya visto para enseguida ser
corregido por el guardián gitano, «es hielo», dejándolo en ridículo frente a
sus hijos; cuando se muere José Arcadio y el cuerpo se impregna con un olor a
pólvora irrevocable y Úrsula lo lava y friega sin ningún éxito y utiliza como
último recurso sazonarlo a fuego lento con ají, comino y hojitas de laurel sin lograr
otro resultado que no fuera la descomposición del cadáver; o uno muy bueno
cuando comienza el diluvio de cuatro años once meses y dos días y Fernanda se
muestra solícita al arrimarle un paraguas “medio desvarillado” a Aureliano
Segundo para que se vaya a casa de Petra Cotes y él responde con resolución: «Me quedo aquí hasta que escampe.»
En fin, podría pasarme la
tarde entera recogiendo episodios de coyunturas divertidas.
Macondo es el vaticinio
lógico del destino de un mundo sobreexplotado por las industrias, las guerras y
las burdas ambiciones capitalistas. Es el retrato fiel de una sociedad en
decadencia, de una tierra agónica. La compañía bananera que yerma la fecundidad
de Macondo no es sino una triste alegoría a todas esas industrias que no hacen
otra cosa que disecar la naturaleza, sin templanza, sin pudor, sin sensatez.
Las treinta y dos guerras
promovidas por el coronel sólo demuestran la futilidad secular de los pleitos
armados; nunca se sabe a ciencia cierta por qué se está luchando o si en
realidad vale la pena dilapidar plomo por algo.
El tiempo (como en toda
gran obra) es espectador sinuoso de Cien
años de soledad; aquí está planteada, también, una cuestión harto
consabida: la circularidad del tiempo. Podría argüirse que la estirpe de los
Buendía es una estirpe, por así llamarla, redundante. No por nada Úrsula se la
pasaba exclamando que el tiempo estaba dando vueltas al notar, no sin un poco
de estupor, que los nietos repetían las manías de los abuelos, o los bisnietos
las de los bisabuelos. Como Caín mató a Abel y Rómulo a Remo, a Aureliano
Babilonia lo consumió la lujuria por su tía como a Arcadio por su madre.
La astucia y la tenacidad
con las que Gabriel García Márquez fusiona realidad con fantasía, historia con
mitología, humor con seriedad, lo colocan como uno de los más ilustres genios
de la literatura de todos los tiempos. Es precursor y máximo representante del
género literario conocido como realismo mágico, y su obra capital es,
incuestionablemente, Cien años de soledad,
que a la postre le significó el premio Nobel de Literatura en 1982.
Si no han leído la novela corren
con suerte, pues tendrán la fantástica fortuna de leerlo por primera vez. (Esta
frase se la escuche en una ocasión a algún periodista o escritor y desde entonces
resuena en mi cabeza con cada libro ignoto que abro.)
*Terra Nostra es la obra más vasta y ambiciosa de Carlos Fuentes
(783 págs.); ya he leído esta abundante novela pero no me he dado a la empresa temeraria
de elaborar una nota about, porque,
por muy somera que fuera, aun los conocimientos en el volumen me rebasan.
Nota:
Los renglones anteriores no
representan sino un acercamiento “por encimita” de la novela de Gabriel García
Márquez. Mis pretensiones, más allá de difundir la literatura (que es a menudo
lo que busco), son asimilar la lectura, sedimentar mi comprensión.