Soñé una batalla; el légamo de la ladera se confundía con la
oscura sangre de los elementos de mi pelotón. Waltz y Kroneberg agonizaban
parapetados en un cráter profundo. En lo alto de la colina una ametralladora
M1917 entorpecía nuestro avance. Koltz no lograba comunicarse por la radio para
solicitar apoyo aéreo. En el fondo sabía que estábamos perdidos; sólo nos
quedaban cinco cartuchos y cuatro granadas de cola, en breve, el enemigo
ocuparía nuestra posición. Inútilmente descargamos contra el parapeto que
resguardaba a la ametralladora; respondió con sagaces ráfagas de plomo. Un
proyectil me rozó el brazo y rasgó la esvástica, llevándose con él un pequeño
jirón de piel. Inutilizado el brazo, me agaché por debajo del margen de la
zanja y esperé mi captura. Koltz y Schrader continuaron acometiendo contra la
Browning. Súbitamente Schrader se desplomó, una bala le había destrozado el
rostro. Koltz vanamente embaló una Walther y siguió disparando; en sus torpes
manos parecía una pistola de juguete. Malhirieron en el hombro a Koltz y cayó
al fango. Los británicos habían desarmado a un pelotón perfectamente
organizado. Intenté suicidarme pero los ingleses ya me tenían de las manos y me
las sujetaban con un lazo que habían improvisado.
Cuando desperté, yo seguía siendo el Coronel Weissmann,
estaba en una celda húmeda y era un importante prisionero de guerra.
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