viernes, 27 de enero de 2012

Carta a la desilusión

A veces el propio hecho de pensar en ella me causa un terrible resentimiento. La amé cuanto más no pude y le fui fiel hasta el límite de la servidumbre desinteresada. La llené de lujos y le cumplí todos sus caprichos por baladíes que fueran. Fui instrumento de sus más febriles fantasías, aunque signifiqué menos que una masturbación o un orgasmo. Yo, la herramienta de sus metas, el artefacto de sus ilusiones. En ocasiones me gusta pensar que tal vez me quiso como yo a ella, que en algún momento de nuestras vidas llegó a amarme de verdad, no por lo que le ofrecía sino por lo que representaba. Pudo haber amor, tal vez, en una de esas noches frías cuando necesitaba de mi cuerpo para templar el suyo, cuando recorría su cuello con mis labios húmedos y oprimía su abdomen con mis manos tibias, cuando le decía te amo y ella respondía con un gemido. No sé, sólo reinterpreto. Mi alma y mi razón no fueron las mejores dádivas, no equiparadas con los collares o las joyas suntuosas que tan feliz le hicieron. Mi alma nunca le dibujo una sonrisa y mi corazón jamás decoró su cuello. Pero la amo. No soy ni músico ni poeta y no podría componer un réquiem o una elegía, mas sin embargo, sí puedo heredar está esquela a algún infortunado amante al cual su espíritu palie esta memoria, al cual su razón perdida le devuelva la esperanza de un amor, no aquí, mas sí en el paraíso. No estoy loco, estoy enamorado. Y el mismo amor me obligó a hacer lo que hice, me forzó a privarla de la vida, a privarla de otro amor. La desilusión compensa mi remordimiento. No vacilé al cortar su yugular y así mismo no vacilaré al colgar mi cuerpo. El crepúsculo matinal está por cernirse en el cielo y yo estoy por fallecer frente al sol. Esperaré con ansia reencontrarme con mi amor en el infierno. 
Jean A. L.



Alexis Uqbar

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