jueves, 5 de enero de 2012

Perdido en el azul

De los lejanos mares de antaño
perdura el aroma impenetrable de la bruma
ingrávida y espesa, húmeda, etérea.
Y la estela de la espuma corona las playas
desoladas, grisáceas, amarillas o doradas,
vírgenes, solapadas por la alta marea
en los crepúsculos negros.
Arraigadas sensaciones de nostalgia
embargan mi alma inescrutable,
sentimientos perdurables al olvido,
evocados por el bramido del viento
incipiente, matutino.
La algarabía de las aves ecuóreas, estridentes, majestuosas,
profanan la quietud en el ámbito del cielo
azulado, corrompido por las nubes
en retazos, rielando en la epidermis
del océano ondulante, asiduo en su frecuencia
de olas blancas fervorosas.
Mas las costas pétreas deformadas
limitan su sendero hacia la tierra
fértil, verde, irascible, fatua,
llena de selvas y montañas
ignotas, desgarradas.
Sus voces dulces de sirenas inmortales
caen en contrapunto con los gritos
guturales, roncos, del volcán enfurecido
y los ríos de lava incandescente
penetran la marea indómita, gélida,
la ósmosis cristaliza la roca derretida
de vapores blancos de metano.
Todo vuelve a mi memoria endeble,
las páginas corroídas del pasado,
y sigo aquí en las costas perecederas de mi infancia
atrapando regresiones o ilusiones
de un tiempo fallecido.
La danza de la luna con el mar
embravecido, convocan al espíritu
de un niño distante, de ojos grises,
delicado, soñador, lejano, inasible, esperanzado,
y después
perdido en el azul.

Alexis

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