martes, 1 de mayo de 2012

El sueño en el espejo


 Estoy muy lejos de ser un buen narrador, la narración es un camino lleno de tropiezos y frustraciones, de pérdidas y reticencias, en fin, es un mundo al cual sólo un loco se atrevería a entrar, un masoquista intelectual, un obstinado como yo. El relato que a continuación se presenta esta cimentado por uno de los temas que más me atraen: el sueño. Y a través de él se plantea una reflexión sobre la existencia ya bastante consabida: la realidad. No es el más afortunado de los relatos ni el más portentoso de los pensamientos llevados a la página, ya anteriores a mí existen infinidad de volúmenes referidos a este tema, narrados de una forma menos farragosa y más sobría. He dicho que la narración conlleva tropiezos, si este es uno de ellos no corresponde a mí advertirlo, este es un ejercicio meramente de creación. Toca al lector conjeturar lo malo y lo bueno del relato. 

El sueño en el espejo

Eran mis ojos y en ellos el iris, eran mis cejas abundantes y negras, era mi nariz pequeña y curva, era mi boca, mis labios rojos, mis dientes cariados, mi rostro espabilado, mi cuello esbelto, mi cuerpo frugal. Era yo pero no lo era.
El reflejo era el motivo de la ajenidad que me tenía. Verme allí, taciturno, en el espejo, replicado por el sortilegio de este artefacto multiplicativo. ¿En realidad era yo o era la representación corpórea de mi pensamiento? Era la forma en la que acaso la imaginación rendía tributo y cumplía con la imperiosa necesidad de adjudicarse una efigie propia de un mundo material, racionalizado. Tal vez, a lo mejor, era un espejismo y ni siquiera era yo el del reflejo, posiblemente sólo era parte de una serie infinita de construcciones y reconstrucciones mentales de otra persona o, probablemente, de un dios.
¿Y si la humanidad era una farsa, y si el sentido de las cosas fuera meramente una abstracción, una trivialidad? La muerte creo, se vería reducida a una circunscripción, un límite impuesto al pensamiento, donde el personaje, en este caso yo, al morir significaría el ocaso de una idea. Como el escritor (y no digo que el escritor exista en realidad) conduce a un personaje, que inexorablemente es una idea, hacia su muerte, la idea de tal personaje ¿Acaso no termina con su muerte? En este sentido el relato y sus derivados no serían más que la abstracción de otra abstracción o, como dilucida Poe, un sueño en un sueño. Entonces, y con el atisbo que propongo, yo, o al menos lo que observo en el espejo, no soy más que un personaje de novela, protagonista ineludible de una ficción enmascarada de “realidad”, de “existencia”.
El sol se infiltró por la ventana y rasgó las cortinas, anegó la recámara de luz e iluminó sus párpados. Le escoció la frente al tratar de abrir los ojos. Se desperezó y salió de la cama con pesadumbre, miró las sábanas distendidas y padeció el impulso de volverse a acostar. No lo hizo. Dio un largo y soporífico bostezo y se colocó las pantuflas. Mientras se dirigía al baño se fregó los ojos, retiró las manos de su cara y aún con la visión algo turbia por la friega vislumbró el espejo enmarcado con figuritas barrocas e indescifrables en el muro a un lado del baño. Se encaminó hacia él y con el cabello enmarañado y restos de saliva seca en el rostro, se escrutó.
Era el mismo espejo con el que acababa de soñar, y con el cual había soñado las últimas ocho noches. Nunca conseguía recordar el sueño completo, sólo obtenía retazos que nada le significaban: “una efigie propia de un mundo material” “serie infinita de construcciones” “reducida a una circunscripción” “personaje de novela”.
Miró inquisitivamente su cara y sintió, al verse reflejado, un dejo de fruición al saberse verdadero.
      

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