Tú despiertas. La resaca te imposibilita del recuerdo de la
noche anterior. Enjugas tus ojos inyectados. Te vistes. Portas un pantalón de
vestir negro, zapatos italianos del
mismo color, una camisa de algodón blanca manchada en gotas por una sustancia violácea
que olfateas para averiguar la procedencia. Reconoces el olor etílico, crees
que es vino. El conjunto lo completa un saco en gris profundo. Estás a punto de
salir del departamento que rentaste hace dos meses por asuntos de negocios pero
se te olvida algo, regresas al cuarto y coges el escapulario que te dio tu
padre, también tomas la calibre 38 que tenías oculta en la gaveta del buró. Sales.
Observas tu auto estacionado en la acera. Decides caminar.
Avanzas cuatro cuadras con tu mirada fija en los adoquines pardos de puntos opacos
e irregulares, doblas a la derecha en la esquina y sigues. Pasas al lado de un
bar del que eres cliente asiduo, un halo de gente curiosa lo rodea, hay
patrullas y ambulancias en medio de la calle. Dos camillas son retiradas del
bar con cadáveres cubiertos por mantas ensangrentadas. Te sorprende que no
sientas estupor por la imagen, es normal, el lugar se caracteriza por
sus conflictos repentinos. Te alejas.
Yo entré al bar aproximadamente
a las 10:30 de la noche, iban conmigo mis dos hermanos, Carlos y Vincent, nos
sentamos en la barra y encargamos tres bloody
mary, era nuestra bebida favorita. Estábamos discutiendo sobre la
posibilidad de conseguir un nuevo préstamo cuando entró Luca Lione, el menor de
la familia Lione. Sabíamos que nos exigiría el pago de la deuda.
Luca tomó asiento detrás de nosotros en una mesa individual,
al principio no nos vio, parecía que ya estaba entrado en mareos por una juerga
previa. Lo cierto es que su padre lo había enviado a vigilar a sus acreedores
en la zona desde hacía dos meses, más o menos por la época en que nos habíamos vuelto
sus deudores. Pidió una botella de whisky y comenzó a beber solo, en medio de la algarabía y los vahos alcohólicos
presentes en el ámbito de la cantina.
Eran, creo, como la 1:00 cuando Luca se percató de nuestra
presencia en la barra, nosotros estábamos aturdidos, era nuestro quinto bloody mary. Él se acercó y se recargó
en mi hombro, comenzó a decir una serie de oraciones ininteligibles, estaba demasiado
ebrio para hablar con fluidez y coherencia.
Tú caminas. Llegas a la fachada del edificio, te detienes en
el umbral y el portero te recibe, preguntas por los Morel y el hombre anacrónico da la dirección de un hospital. Recuerdas.
Te ves. Estás junto a la barra hablando con los hermanos,
les exiges el dinero y ellos te ignoran, te enciendes, empiezas un litigio. Las
pocas personas que quedan corren fuera del lugar. El cantinero trata de
apaciguarlos, lo empujas y se golpea la cabeza, queda inconsciente. Uno de los
hermanos te ciega con su bebida y mancha tu camisa. Te ofuscas. Sostienes tu
arma y comienzas a disparar obstaculizado por tu visión borrosa. Una bala
penetra el cráneo de uno de los hermanos, adviertes la materia encefálica. Otras
dos balas se cuelan en el pecho y el abdomen de otro de los Morel, cae
desfallecido. Tratas de vislumbrar al tercer sujeto, pero se mueve, intenta
escapar, disparas dos veces más y dañas su pierna. Huye cojeando.
Salí con la pierna tullida, sangrando a chorros.
Has cometido una estupides, piensas. Tu padre estará colérico. Estos errores se pagan caros en la familia. No debes dejar cabos sueltos, buscarás terminar el trabajo. Te diriges al hospital con premura. Corres.
Yo estaba postrado en una cama en el hospital, mi pierna
yacía inmovilizada, cubierta como con dos kilogramos de vendas y una férula.
Acababa de despertar después de un cóctel de sedantes y analgésicos. Mi memoria
algo turbia.
Entras al hospital. Percibes el aroma a muerte y medicamento
en el pasillo. Le preguntas a la enfermera por Fabio Morel, te da el número del
cuarto, 319 tercer piso. Accedes al ascensor, desenfundas la calibre 38 de tu pantalón mientras subes. Estás
nervioso y te sudan las manos. Tiemblas.
Me empezaba a quedar dormido cuando irrumpió en el cuarto,
llevaba una calibre 38 en la mano derecha y su mano izquierda sostenía un
escapulario. La enfermera que atendía la cama contigua gritó aterrorizada cuando
reconoció el arma. Varios doctores se apresuraron a ver que sucedía y se encontraron
con la escena fatídica protagonizada por Luca.
Lo tienes enfrente, te compadeces de sus ojos asustados, rotos
como vidrios. Intenta disuadirte de tu acometida diciéndote que falta un mes
para el vencimiento del préstamo, no te importa. Levantas la pistola. Activas
el percutor.
Fue un cuadro escalofriante. Miré sus ojos impávidos y
fulgentes, casi cristalizados, cerré los míos en busca de consuelo en la
negrura, escuche la detonación del arma y vomité un grito ahogado.
Tu cuerpo se
desploma, cae por acción de la fuerza gravitatoria impactándose contra el suelo
blanco. De tu cráneo se escapan los humores del cerebro, cerebelo y bulbo
raquídeo Contaminas la albura de las baldosas médicas. Tus párpados se
congelan a medio abrir y las manchas de bloody mary en tu camisa se tiñen de
tu sangre escarlata. Estás muerto.
Era
imprevisible lo que acababa de suceder. Ante mí, tenía el cuerpo inerte y
extinguido del asesino de mis hermanos. Estaba atónito y contrariado, hubiera
preferido que me matara. Llegué a la conclusión de que ya no eran solamente cinco
mil dólares los que le debía a Don Lione, ahora mi deuda era mayor. Le
debía un hijo.
Alexis
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