martes, 20 de diciembre de 2011

La deuda

Tú despiertas. La resaca te imposibilita del recuerdo de la noche anterior. Enjugas tus ojos inyectados. Te vistes. Portas un pantalón de vestir negro,  zapatos italianos del mismo color, una camisa de algodón blanca manchada en gotas por una sustancia violácea que olfateas para averiguar la procedencia. Reconoces el olor etílico, crees que es vino. El conjunto lo completa un saco en gris profundo. Estás a punto de salir del departamento que rentaste hace dos meses por asuntos de negocios pero se te olvida algo, regresas al cuarto y coges el escapulario que te dio tu padre, también tomas la calibre 38 que tenías oculta en la gaveta del buró. Sales.

Observas tu auto estacionado en la acera. Decides caminar. Avanzas cuatro cuadras con tu mirada fija en los adoquines pardos de puntos opacos e irregulares, doblas a la derecha en la esquina y sigues. Pasas al lado de un bar del que eres cliente asiduo, un halo de gente curiosa lo rodea, hay patrullas y ambulancias en medio de la calle. Dos camillas son retiradas del bar con cadáveres cubiertos por mantas ensangrentadas. Te sorprende que no sientas estupor por la imagen, es normal, el lugar se caracteriza por sus conflictos repentinos. Te alejas.

Yo entré al bar  aproximadamente a las 10:30 de la noche, iban conmigo mis dos hermanos, Carlos y Vincent, nos sentamos en la barra y encargamos tres bloody mary, era nuestra bebida favorita. Estábamos discutiendo sobre la posibilidad de conseguir un nuevo préstamo cuando entró Luca Lione, el menor de la familia Lione. Sabíamos que nos exigiría el pago de la deuda.

Luca tomó asiento detrás de nosotros en una mesa individual, al principio no nos vio, parecía que ya estaba entrado en mareos por una juerga previa. Lo cierto es que su padre lo había enviado a vigilar a sus acreedores en la zona desde hacía dos meses, más o menos por la época en que nos habíamos vuelto sus deudores. Pidió una botella de whisky y comenzó a beber solo, en medio de la algarabía y los vahos alcohólicos presentes en el ámbito de la cantina.

Eran, creo, como la 1:00 cuando Luca se percató de nuestra presencia en la barra, nosotros estábamos aturdidos, era nuestro quinto bloody mary. Él se acercó y se recargó en mi hombro, comenzó a decir una serie de oraciones ininteligibles, estaba demasiado ebrio para hablar con fluidez y coherencia.

Tú caminas. Llegas a la fachada del edificio, te detienes en el umbral y el portero te recibe, preguntas por los Morel y el hombre anacrónico da la dirección de un hospital. Recuerdas.

Te ves. Estás junto a la barra hablando con los hermanos, les exiges el dinero y ellos te ignoran, te enciendes, empiezas un litigio. Las pocas personas que quedan corren fuera del lugar. El cantinero trata de apaciguarlos, lo empujas y se golpea la cabeza, queda inconsciente. Uno de los hermanos te ciega con su bebida y mancha tu camisa. Te ofuscas. Sostienes tu arma y comienzas a disparar obstaculizado por tu visión borrosa. Una bala penetra el cráneo de uno de los hermanos, adviertes la materia encefálica. Otras dos balas se cuelan en el pecho y el abdomen de otro de los Morel, cae desfallecido. Tratas de vislumbrar al tercer sujeto, pero se mueve, intenta escapar, disparas dos veces más y dañas su pierna. Huye cojeando.

Salí con la pierna tullida, sangrando a chorros.

Has cometido una estupides, piensas. Tu padre estará colérico. Estos errores se pagan caros en la familia. No debes dejar cabos sueltos, buscarás terminar el trabajo. Te diriges al hospital con premura. Corres.

Yo estaba postrado en una cama en el hospital, mi pierna yacía inmovilizada, cubierta como con dos kilogramos de vendas y una férula. Acababa de despertar después de un cóctel de sedantes y analgésicos. Mi memoria algo turbia.

Entras al hospital. Percibes el aroma a muerte y medicamento en el pasillo. Le preguntas a la enfermera por Fabio Morel, te da el número del cuarto, 319 tercer piso. Accedes al ascensor, desenfundas la calibre 38 de tu pantalón mientras subes. Estás nervioso y te sudan las manos. Tiemblas.

Me empezaba a quedar dormido cuando irrumpió en el cuarto, llevaba una calibre 38 en la mano derecha y su mano izquierda sostenía un escapulario. La enfermera que atendía la cama contigua gritó aterrorizada cuando reconoció el arma. Varios doctores se apresuraron a ver que sucedía y se encontraron con la escena fatídica protagonizada por Luca.

Lo tienes enfrente, te compadeces de sus ojos asustados, rotos como vidrios. Intenta disuadirte de tu acometida diciéndote que falta un mes para el vencimiento del préstamo, no te importa. Levantas la pistola. Activas el percutor.

Fue un cuadro escalofriante. Miré sus ojos impávidos y fulgentes, casi cristalizados, cerré los míos en busca de consuelo en la negrura, escuche la detonación del arma y vomité un grito ahogado.    
  
Tu cuerpo se desploma, cae por acción de la fuerza gravitatoria impactándose contra el suelo blanco. De tu cráneo se escapan los humores del cerebro, cerebelo y bulbo raquídeo Contaminas la albura de las baldosas médicas. Tus párpados se congelan a medio abrir y las manchas de bloody mary en tu camisa se tiñen de tu sangre escarlata. Estás muerto.

Era imprevisible lo que acababa de suceder. Ante mí, tenía el cuerpo inerte y extinguido del asesino de mis hermanos. Estaba atónito y contrariado, hubiera preferido que me matara. Llegué a la conclusión de que ya no eran solamente cinco mil dólares los que le debía a Don Lione, ahora mi deuda era mayor. Le debía un hijo.

Alexis

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