jueves, 22 de diciembre de 2011

Crudo asesinato

-Te dije que no lo hicieras.
-Cállate!, tampoco me detuviste.
-Pensé que no lo harías.
-Acaso crees que soy pendejo. Si no lo hago nos vamos al bote.
-Y si alguien se entera.
-Si alguien se entera, no lo chingamos. No hay bronca.
-Y entonces que hacemos con ella.
-Sin evidencia no hay culpa. Ayúdame, toma sus piernas...

   Cargaron el cuerpo tomándolo de piernas y brazos y lo arrojaron en un contenedor de basura. Uno de los criminales se acomidió en destapar un envase de  H2SO4 (así decía la tapa), lo alejó de su rostro para evitar los vapores de acre saturado y lo vertió sobre las carnes lívidas de la víctima adolescente. Ambos hampones observaron con los globos oculares inundados de malicia la peculiar disolución. El líquido corrosivo destruía y desvanecía los tejidos epidérmicos más blandos, la piel primero, enseguida venas, nervios, tendones, cadenas linfáticas, músculos fláccidos, intestinos, bazo, hígado, páncreas, el apéndice inservible, y las capas externas de aspecto calcáreo de las tibias, el cráneo, los radios, el tórax, los fémures y la cadera ancha. Todo licuado en una sustancia violácea, densa, repugnante. Los sujetos se echaron para atrás, con los ojos vidriosos en parte por los vahos acéticos, en parte por el asco vomitivo casi incontenible. 
  Cuando se disiparon los vapores otearon en el contenedor y descubrieron una deforme estructura ósea revestida de una materia, al parecer, viscosa, eran los tejidos libres de la reacción del ácido. No tardaron en redefinir el plan. Vaciaron una cantidad excesiva de gasolina en el cadáver e inflamaron el esqueleto. Sólo se carbonizó.

-¿Y ahora qué hacemos?     
-Puta madre. Vamos a enterrarla.
-Qué!, ¿dónde chingados quieres que la enterremos?
-En el traspatio.
-Estás pendejo...
-Entonces qué quieres que hagamos.
-Pues no sé. Trae la maleta...

   Se colocó unos guantes de plástico blancos, los mismos que utilizan los forenses, desprendió los huesos de las articulaciones que todavía estaban unidos y los dispuso en la maleta, comenzó con los más pequeños y terminó con los largos y gruesos. Cuando tuvo el cráneo en las manos experimentó una sensación de poder inverosímil, tal vez porque se sentía dueño de la vida que acababa de fulminar. Escudriño las cuencas y las cavidades nasales y le repugnaron los residuos de nervios y arterias chamuscadas. Lo introdujo en la valija.
   Abandonaron el paquete funesto en un sitio yermo poco concurrido, localizado en las afueras de la ciudad.
   Regresaron a la casa, sitio del crimen.

-¿Qué le vas a decir a tu tía?
-¿Cómo que qué voy a decirle?
-Pues si te pregunta por tu prima.
-Hasta donde sabemos no la hemos visto.
-Pero si ya sabía que venía p'aca, qué le vas a decir pendejo.
-Mira hijo de la chingada, tú no sabes nada, no la has visto, se perdió en el camino y no llegó a la casa, o no sé. A final de cuentas tú fuiste el que la chingaste pendejo, así que estate tranquilo si no te quieres delatar.
-Yo me la cogí pero tú me ayudaste y la mataste, así que no me vengas con tus chingaderas de estar tranquilo pendejo, nos la vamos a pelar.
-Que te calles, yo no pienso irme a la pinche cárcel, así que mejor lárgate o a ti también te mato cabrón...

  El joven violador salió con premura de la casa homicida, iba trémulo, con los ojos anegados de muerte...

  La concurrencia cinéfila no perdía detalle de la película mexicana que relataba con crudeza toda suerte de sucesos verídicos de la sociedad contemporánea, la maldad depravada de la psicología de un asesino. A alguno de los presentes se le ocurrió evocar a Dostoievski y el existencialismo brutal de "Crimen y castigo", hizo conjeturas e intentó predecir la reacción del antagonista en las escenas ulteriores: ¿Lo delataría el miedo? ¿O acaso sería el asesino congénito de moralidad perversa e inmutable?. Eso estaba a punto de descubrirlo.

Alexis


 


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