sábado, 3 de diciembre de 2011

El reloj

No dejaba de mirar el reloj. Postrado en la cama, padecía el hastío del infernal e incesante tic tac, estaba debilitado por el bochorno de la canícula que este año había azotado la ciudad con ardentía devastadora.   No conocía la hora con exactitud. A pesar de tener la mirada fija en el reloj sólo distinguía los bordes metálicos de su circunferencia escasamente iluminados por los tenues rayos de luna que se filtraban a través del cristal de la ventana. Se encontraba exánime, ensimismado en su vigilia febril.
   Otra vez el tic tac. Su sopor no encontraba alivio, empero, agravaba el terrible e insoportable sonido, producido por la máquina oculta en aquella insondable oscuridad de la noche yacente. Como si no bastara con el calor y el golpeteo de las manecillas, los mosquitos se afanaban en fastidiar aún más su insomnio, acechando en la opacidad del cuarto sus carnes afiebradas.
   Cayó en desesperación. En su mente imaginó su efigie tomando el reloj y estrellándolo contra el suelo, escuchando el agonizante tintineo de los engranajes y el silencio placentero que le seguía. Al menos en sus fantasías encontraba un momento de sosiego. Después, el tic tac.
   El ámbito de la habitación tornó insufrible, el calor, los mosquitos, y sobre todo el ruido mefistofélico proveniente del círculo numérico colgado en la pared, frente a su cama. Siempre ahí, apacible y desinteresado, con su eterna cantinela de dos notas, un tic y un tac. Como una cuenta regresiva hacia algo, que tal vez, nunca llegaría.
   Le parecía escalofriante la quietud del artefacto y las alucinaciones que le provocaba. Imaginó que el reloj se desprendía del muro y levitaba, intensificando el crujido monótono, hasta el punto de sentir un hilillo de sangre escurriendo de su oído, causado por el tímpano reventado. Se llevo la mano a la cavidad auditiva y no halló nada, sólo la sorda resonancia de un tic tac. Si no hubiera estado tan débil como para levantarse, habría desactivado el sistema del artilugio con ecos de clepsidra.
   Iba languideciendo de manera progresiva conforme moría la noche. Estaba anegado en sudor y sus cuencas renegridas de sueño, sumergido en el estupor de no concebir reposo a pesar del intenso agotamiento. Sus ojos, inyectados de sangre...
   La tenue brisa matinal se infiltro por una ranura en la ventana. Heló por un instante sus labios purpúreos, ya bastante fríos por la incapacidad coronaria de bombear sangre al cuerpo. Ya no sentía calor, en contrapunto se congelaba, al mismo tiempo empezaba a quedarse dormido. Sus párpados se angostaban con intermitencia tratando de vislumbrar la hora en el reloj. El cielo comenzaba a clarear.
   Durmió. Las manecillas marcaban las 06:42 del sexto día de la fase de plenilunio, conmemorando el parto prematuro con el cual había venido al mundo hace cuarentaidos años. Su sueño fue profundo. Lo último que percibió fue el tic tac, con cuyo eco habría de ser sepultado. 


Alexis     

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