No dejaba de mirar el reloj. Postrado en la cama, padecÃa el hastÃo del infernal e incesante tic tac, estaba debilitado por el bochorno de la canÃcula que este año habÃa azotado la ciudad con ardentÃa devastadora. No conocÃa la hora con exactitud. A pesar de tener la mirada fija en el reloj sólo distinguÃa los bordes metálicos de su circunferencia escasamente iluminados por los tenues rayos de luna que se filtraban a través del cristal de la ventana. Se encontraba exánime, ensimismado en su vigilia febril.
Otra vez el tic tac. Su sopor no encontraba alivio, empero, agravaba el terrible e insoportable sonido, producido por la máquina oculta en aquella insondable oscuridad de la noche yacente. Como si no bastara con el calor y el golpeteo de las manecillas, los mosquitos se afanaban en fastidiar aún más su insomnio, acechando en la opacidad del cuarto sus carnes afiebradas.
Cayó en desesperación. En su mente imaginó su efigie tomando el reloj y estrellándolo contra el suelo, escuchando el agonizante tintineo de los engranajes y el silencio placentero que le seguÃa. Al menos en sus fantasÃas encontraba un momento de sosiego. Después, el tic tac.
El ámbito de la habitación tornó insufrible, el calor, los mosquitos, y sobre todo el ruido mefistofélico proveniente del cÃrculo numérico colgado en la pared, frente a su cama. Siempre ahÃ, apacible y desinteresado, con su eterna cantinela de dos notas, un tic y un tac. Como una cuenta regresiva hacia algo, que tal vez, nunca llegarÃa.
Le parecÃa escalofriante la quietud del artefacto y las alucinaciones que le provocaba. Imaginó que el reloj se desprendÃa del muro y levitaba, intensificando el crujido monótono, hasta el punto de sentir un hilillo de sangre escurriendo de su oÃdo, causado por el tÃmpano reventado. Se llevo la mano a la cavidad auditiva y no halló nada, sólo la sorda resonancia de un tic tac. Si no hubiera estado tan débil como para levantarse, habrÃa desactivado el sistema del artilugio con ecos de clepsidra.
Iba languideciendo de manera progresiva conforme morÃa la noche. Estaba anegado en sudor y sus cuencas renegridas de sueño, sumergido en el estupor de no concebir reposo a pesar del intenso agotamiento. Sus ojos, inyectados de sangre...
La tenue brisa matinal se infiltro por una ranura en la ventana. Heló por un instante sus labios purpúreos, ya bastante frÃos por la incapacidad coronaria de bombear sangre al cuerpo. Ya no sentÃa calor, en contrapunto se congelaba, al mismo tiempo empezaba a quedarse dormido. Sus párpados se angostaban con intermitencia tratando de vislumbrar la hora en el reloj. El cielo comenzaba a clarear.
Durmió. Las manecillas marcaban las 06:42 del sexto dÃa de la fase de plenilunio, conmemorando el parto prematuro con el cual habÃa venido al mundo hace cuarentaidos años. Su sueño fue profundo. Lo último que percibió fue el tic tac, con cuyo eco habrÃa de ser sepultado.
Alexis
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