martes, 15 de mayo de 2012

Carlos Fuentes: El ocaso de un maestro


La préméditation de la mort est préméditation de liberté.
Montaigne, Ensayos

¡Qué será, Muerte, de ti
cuando al salir yo del mundo,
deshecho el nudo profundo,
tengas que salir de mí?
Villaurrutia, Décima muerte

…ya no sabrás… te traje adentro y moriré contigo…
los tres… moriremos… Tú… mueres…
has muerto… moriré
Fuentes, La muerte de Artemio Cruz

…pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres,
y al polvo volverás, sin pecado, con placer.
Fuentes, Terra Nostra

                                                                   -No tendremos nada que decir sobre nuestra propia muerte
Fuentes, Instinto de Inez

                                                                                                                
Un escritor así, siendo tan buen escritor, es dos veces bueno.
García Márquez, Carlos Fuentes, dos veces bueno

No vale nada la vida: la vida no vale nada.
Canción popular mexicana

Carlos Fuentes (1928-2012) es uno de los máximos representantes de la literatura hispanoamericana contemporánea. Nació en Panamá el 18 de noviembre de 1928. Su padre fue diplomático y por esta razón creció en medio de  viajes y traslados alrededor del continente; su formación fue afectada por esta causa. Pasó algunos años en Río de Janeiro, Washington, Santiago de Chile, Lima y Buenos Aires. En México estudió en el Colegio de México y en la UNAM, de la cual obtuvo la Licenciatura en Derecho. Viaja a París donde conoce a Octavio Paz, con quien entabla una estrecha amistad, en Ginebra toma cursos de economía en el Institute des Hautes Etudes. Comienza a escribir artículos y cuentos en 1949, pero será hasta 1954 cuando publique su primera colección de relatos: Los días enmascarados. En 1955 funda y dirige con Emanuel Carballo la imponente Revista Mexicana de Literatura. Para 1958 publica la novela que lo coloca como uno de los más destacados novelistas de México: La región más transparente. Ulterior a esta, publica Las buenas conciencias en 1959. Tres años más tarde publicaría dos de sus libros más importantes: Aura, una novela corta fundamental en la obra de Fuentes, fehaciente paradigma del realismo mágico, y La Muerte de Artemio Cruz, con la que Fuentes sublima para siempre la leyenda de la Revolución Mexicana y con la que además ingresa al portentoso círculo de escritores de su generación (García Márquez, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Roa Bastos, José Donoso, etc.).
Es uno de los escritores más experimentales y fértiles del periodo contemporáneo, ensayista, dramaturgo, analista político, guionista de cine, pensador y maestro, posee, además, obras como Cambio de piel (1967), Zona sagrada (1967), Cumpleaños (1969), Terra Nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Una familia lejana (1980), entre otras.

Carta póstuma

Son en realidad muy pocos los que entienden las dimensiones de la muerte de uno de los más grandes genios de la literatura contemporánea. Carlos Fuentes, el escritor mexicano por antonomasia, ha muerto. Y son varios los sentimientos que embargan mi  ser al saber que mi maestro, mi gurú, mi inspiración, aquel hombre que hizo que me enamorara de las letras, ha sucumbido a la guadaña del ángel de la muerte. Pero afortunadamente su pensamiento ha quedado circunscrito a más o menos una sesentena de volúmenes. C’est terrible; una grande pérdida, una encomiable vida.
Y son infinitas las cosas que le debo. La literatura, la escritura, el pensamiento y hasta el orgullo de ser mexicano, son sólo algunas de ellas. En Fuentes redescubrí México, y él, a su vez, me volvió parte de la región más transparente, me dio una identidad, me llamó Ixca Cienfuegos, Rodrigo Pola, Federico Robles; junto a él recorrí las calles de la Ciudad de México, Valle de Anáhuac. Padecí la borrachera el 15 de septiembre y riñé con los mariachis.
Bajo el influjo de Fuentes conocí a Felipe II, a Juana la loca, al peregrino que estuvo antes que nadie en el Nuevo Mundo, pero que a fin de cuentas era el sueño de sus hermanos; se me encarnó una roja cruz entre las cuchillas de la espalda, nací de loba, violación e incesto, desperté en París y luego sobrevino el apocalipsis. Influido por Fuentes perdí mi identidad por broncas del petróleo, y terminé con otro nombre y excitado, pues el presidente me iba a saludar. Trabajé para una viejecita en el centro y me enamoré de una bella joven con Aura por nombre, lindísimos ojos verdes, bruja.  Cambié de piel, se descompuso mi Volkswagen y pasé la noche en Cholula, tuve sexo con la dragona y la novillera, fallecí atrapado en una pirámide en ruinas después de recordar mis hazañas de nazi, el enanito: en el refrigerador. Envejecí y en mi suntuoso lecho de muerte viajé al pasado, mi amor, Regina, la revolución, mi madre violada, la chingada, ¡malditas hipócritas!, nací de india, morí de rey. No hay buenas conciencias, todas son corruptas, ya ven mi tío, se las daba de correcto, ¡puro artificio!, lo encontré en un lupanar ebrio y bailado. Descubrí que el tiempo es circular, la conquista nos jodió, y todo por un pinche naranjo. Yo morí por un Chac- Mool, que te quejas. ¿Y el que inventó la pólvora? Huxley tiene la culpa. A la víbora de la mar muñeca reina. El agua se quemó; son los cinco días que le tienes que robar a la muerte: los días enmascarados. Y aquel niño que no viene, ah que Cristóbal. Inez canta chingón. Ese gringo ya está viejo. Cruza la frontera de cristal. Qué le vamos hacer. Aquí nos tocó. Nació en Panamá. Pero es Mexicano, cabrón.

Carlos Fuentes es la efigie de la identidad mexicana, identidad que, a lo largo de su obra, plasma como principal preocupación. Sólo un mexicano podría entender completamente  al Fuentes de La región transparente, al Fuentes de La muerte de Artemio Cruz, sólo un mexicano entendería por qué Carlos se agazapa en la conquista de México, por qué esa obsesión con la mexicanidad.
Carlos Fuentes me enseño a pensar. Me enseño a leer. Me enseño, además, a los grandes escritores que fueron sus arquetipos literarios, sus maestros: Borges, Kafka, Stendhal, Faulkner, Cervantes, etc.
Me falta el tiempo, las palabras y las herramientas, para terminar de agradecer a este cuate, a este compadrito, la grandeza de su genio, la opulencia de su arte, la humildad de sus entrañas.
Hoy no murió Carlos Fuentes, hoy se perpetúa, hoy es inmortal.

Mañana nos vemos Don Carlos.
  

Nota: Carlos Fuentes, con su muerte, entró al grupo de los eximios escritores sin recibir el Nobel, entre los cuales destacan James Joyce, Franz Kafka, Marcel Proust, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

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