sábado, 12 de enero de 2013

El rey que creía en la derrota

Como todos los años, el rey de una de las melancólicas regiones del norte vino al castillo a contemplar el óleo en el que un tigre devoraba un antílope. Un viejo mozo, al que los años habían ido desdibujando, preguntó al rey por la índole de sus visitas, ya que, según su precaria experiencia, la escena del cuadro era asaz común en la naturaleza. El rey, conmovido, miró con indulgencia al hombre y respondió: vengo de un país frió en donde el sol es gris y los árboles negros, me han criado para la victoria y he vencido en muchas guerras. La sangre macula mi espada y mi escudo está forjado con cráneos. Mi blasón es la conquista. Y sin embargo, no he probado la dignidad de la derrota; un rey tiene derecho a todas las cosas menos una: ser vencido. Yo, mozo, observo al tigre, soberbio y sanguinario, y veo al antílope, digno en su muerte. Acaso una vez al año, me imagino como el antílope y vivo todas las cosas.

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