lunes, 4 de febrero de 2013

La muerte del escritor I

Un escritor sueco, de Guthenburg, presiente, una tarde de agosto, que el texto que ha estado escribiendo durante los últimos dos años está a punto de llegar a su desenlace. Los personajes van y vienen en una suerte de vaivén vertiginoso, se rebelan contra su creador, ofrecen argumentaciones que desafían, insurrectas, las secretas leyes de la creación literaria; sucesos imprevistos de pronto se cuelan en la narración sin que el pobre escritor escandinavo logre hacer nada: ya no es dueño de su obra y aun menos de su pensamiento. Como un vil y obediente autómata, es manipulado por la negligencia de sus protagonistas, dirigido por las invisibles cuerdas de sus titiriteros literarios. Almaric Jorgensen trama en contra de Pipo Stevenson, quien, de algún modo, es el escritor. Todo está urdido: la cena en el Bonsoir, Petite, el champagne, el choucroute garnie, la leve demora del camarero, el cuarto de hotel en el Skeppsholmen, la ducha. Cuando Stevenson sale del baño, Jorgensen, con un proyectil en la mano derecha y un puro en la boca, lo está aguardando al resguardo de la penumbra de la habitación. Un frugal intercambio de coléricas interpelaciones desentraña el carácter nostálgico del misterio, de la venganza. Jorgensen levanta y clava el revólver en la frente de Stevenson; morosamente, activa el percutor. El escritor se va de bruces contra la página mecanografiada. Tiene en la frente un profundo y renegrido agujero de bala. 
      

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