miércoles, 3 de abril de 2013

Los diletantes borgeanos

Carlyle deja entender que el diletantismo es el peor de los pecados[1]. En términos simples, definimos al diletante como la persona que manifiesta abiertamente su interés por un campo del saber sin conocerlo o practicarlo a profundidad. El problema del diletante no es su falta de seriedad, es su frivolidad y, aun peor, su gregarismo. Ejemplos varios existen al respecto; la lectura superficial ejercida por los malos lectores de Borges incentiva la escritura de esta página.

Seamos claros: no soy ningún especialista en la obra borgeana, porque serlo significa, asimismo, ser especialista en la casi infinita literatura. Sin embargo, algún bagaje poseo sobre su generosa literatura.
       El primer acercamiento a Borges siempre representa (creo) un duro impacto para el intelecto. De tal suerte que un primer fracaso parece inevitable. Suele ocurrir que Borges llega a nosotros en la adolescencia, cuando aún poseemos un escaso recorrido en el universo literario.
       Con alguna felicidad comprendí el primer cuento que leí de Borges: Los dos reyes y los dos laberintos, un lacónico y parabólico relato de confección clásica; no así el segundo que me deparó su obra: El aleph, uno de sus pináculos prosísticos. El aleph –que también es la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada- es el punto del espacio que contiene todos los puntos; es el lugar en el que se ven a un tiempo todos los lugares. El espacio físico es transgredido por este objeto maravilloso que se encuentra en el sótano de una casa.
       De complejos argumentos como el anterior están forjados sus libros. Por eso no es raro que en un principio sus cuentos o sus poemas –ya no digamos sus ensayos- nos parezcan inexpugnables. Cuando no hemos leído la suficiente literatura, su prosa simplemente nos rebasa.

 Bioy Casares declara -en el prólogo de la Antología de la literatura fantástica- que los relatos de Borges están destinados a lectores intelectuales, estudiosos de filosofía, casi especialistas en literatura. No me parece imprecisa esa afirmación. Y no es que Borges sea un erudito pedante o un monstruo elitista, es que él no entiende la literatura de otro modo.
        No entiendo a aquellos lectores que se proclaman admiradores de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, y que en su vida han hojeado algún volumen de Berkeley o de Schopenhauer o de Emerson; voces canónicas que permean los conceptos expuestos a lo largo del relato. Esta ralea de lectores no está al tanto de las profundidades filosóficas de las que participan los relatos de Borges; estos lectores han caído en el más frecuentado de los esnobismos: el literario.
       
Leer a Borges es leer a Carlyle, leer a Emerson, leer a Nietzsche, leer a Hume. Borges es irreductible como la esfera inconcebible que aparece en muchos de sus cuentos: su centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna[2].
       No hay que caer en el autoengaño, para comprender a Borges es preciso comprender primero la literatura. Ni el más sencillo de sus relatos deja de ser un universo.

Soy detractor de la lectura somera y de la adulación, que es una de las formas de la ignorancia. Borges es un pilar de la literatura universal, de eso no hay duda, empero, no creo que precise aduladores.
       Si algo vindicó Borges a lo largo de su vida fue la duda y la reticencia; de lo único de lo que hay que dudar es de lo que nunca se ha dudado. Se loa más dudando que aceptando ciegamente una doctrina. Adular a un autor sin conocer lo suficiente de su obra es ridículo.

Quizá está página no es más que un producto de los celos; quizá no me agrada que a Borges lo conozca todo el mundo. Tal vez desearía que Borges fuera el bastión primordial de un culto secreto. Pero un escritor como él tarde o temprano sería descubierto y propalado. Los franceses lo hicieron y a ellos adjudicamos que sea leído hasta en el Indostán, hasta en la China.  

Concluyendo: es menester derrocar el diletantismo y ahondar en lo que nos interesa –si de verdad nos interesa-. Al final del día descubriremos con felicidad que una buena lectura de Borges comienza con Homero, con Las mil y una noches.

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     1. Carlyle declara: El peor pecado es el dilettantismo, la hipótesis, la especulación, manera de buscar la Verdad como pasatiempo, jugando y tomándola a broma, raíz de todos los pecados imaginables que se agarra al corazón y al espíritu del hombre que nunca veneró la Verdad, que vive de apariencias, que no sólo dice y origina falsedades, sino que es una falsedad todo él. (De los Héroes, el culto de los Héroes y lo Heroico en la historia, Segunda conferencia )
  2. Véase: La esfera de Pascal (ensayo), El aleph y La escritura del dios.

Nota: Leer mal es tan poco provechoso como no hacerlo en absoluto; es una pérdida de tiempo. 

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